Capítulo 2 – Mi Reino no es de Este Mundo – 8

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS Una realeza terrenal

8. ¿Quién mejor que yo puede comprender la verdad de estas palabras de Nuestro Señor: “Mi reino no es de este mundo”? En la Tierra, el orgullo me perdió. Así pues, ¿quién mejor que yo comprendería la  insignificancia de los reinos del mundo? ¿Qué me he traído de mi realeza terrenal? Nada, absolutamente nada. Y como para que la lección fuese más terrible, ¡ni siquiera la conservé hasta la tumba! Reina entre los hombres, como reina creí entrar en el reino de los Cielos. ¡Qué desilusión! ¡Qué humillación cuando, en vez de ser recibida aquí como una soberana, encontré por encima de mí, y muy por encima, hombres a quienes consideraba inferiores y a los que despreciaba porque no eran de sangre noble! ¡Oh! ¡Entonces comprendí la esterilidad de los honores y de las grandezas que con tanta avidez se buscan en la Tierra! Para conquistar un lugar en este reino son necesarias la abnegación, la humildad, la caridad en toda su celestial práctica, así como la benevolencia para todos. No se os pregunta qué habéis sido, a qué  categoría pertenecisteis, sino el bien que habéis hecho, las lágrimas que habéis enjugado. ¡Oh! Jesús, tú lo has dicho, tu reino no es de este mundo, porque es preciso sufrir para llegar al Cielo, y los escalones del trono no nos aproximan a él. Sólo los senderos más penosos de la vida conducen al reino de Jesús. Buscad, pues, el camino del Cielo, a través de las zarzas y los espinos, y no entre las flores. Los hombres van detrás de los bienes terrenales como si debieran conservarlos para siempre. Con todo, aquí ya no hay ilusiones. Pronto perciben que sólo se aferraron a una sombra y que despreciaron los únicos bienes auténticos y duraderos, los únicos que les sirven en la morada celestial, los únicos que pueden franquearles las puertas del Cielo. Tened piedad de los que no se ganaron el reino de los Cielos. Ayudadlos con vuestras plegarias, porque la oración aproxima al hombre al Altísimo. La oración es el vínculo que une el Cielo con la Tierra; no lo olvidéis. (Una reina de Francia. El Havre, 1863.)