Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 9
Con todo, no debe creerse que los padecimientos que se soportan en la Tierra son necesariamente el indicio de una falta determinada. A menudo son simples pruebas que el Espíritu elige para acabar su purificación y acelerar su adelanto. Así, la expiación sirve siempre de prueba, pero la prueba no siempre es una expiación. No obstante, tanto las pruebas como las expiaciones son siempre señales de una inferioridad relativa, porque quien es perfecto no tiene necesidad de ser puesto a prueba. Es posible, pues, que un Espíritu haya adquirido cierto grado de elevación y que, si quiere adelantar aún más, solicite una misión, una tarea que cumplir, por la que, en caso de que salga victorioso, será tanto más recompensado cuanto más penosa haya sido la lucha. Tales son, en especial, esas personas de instintos naturalmente buenos, de alma elevada, de nobles sentimientos innatos, que parece que no trajeron nada malo de sus existencias precedentes, y que sufren con resignación cristiana los más grandes dolores y sólo piden a Dios sobrellevarlos sin quejarse. Por el contrario, podemos considerar expiaciones las aflicciones que provocan quejas e impulsan al hombre a revelarse contra Dios. El sufrimiento que no provoca quejas, sin duda puede ser una expiación, pero eso indica que ha sido escogida voluntariamente y no impuesta, y que constituye la prueba de una firme resolución, lo que es un signo de progreso.