Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 13
El hombre puede disminuir o aumentar la amargura de sus pruebas según el modo como encare la vida terrenal. Sufre tanto más cuanto más prolongada considera la duración del sufrimiento. Ahora bien, el que se coloca desde el punto de vista de la vida espiritual, abarca con una sola mirada la vida corporal. La ve como un punto en el infinito, comprende su brevedad y reconoce que ese momento penoso pasa muy pronto. La certeza de un porvenir próximo, que será más feliz, lo sostiene y lo anima, y en lugar de quejarse da gracias al Cielo por los dolores que lo hacen adelantar. En cambio, para aquel que sólo toma en cuenta la vida corporal, esta le parece interminable, y el dolor pesa sobre él con toda su fuerza. El modo espiritual de considerar la vida corporal disminuye la importancia de las cosas de este mundo, incita al hombre a moderar sus deseos y a conformarse con su posición sin envidiar la de los otros, al mismo tiempo que atenúa la impresión moral de los reveses y los desengaños que experimenta. Con ello se obtiene la calma y la resignación, tan útiles para la salud del cuerpo como para la del alma, mientras que con la envidia, los celos y la ambición, el hombre se entrega voluntariamente al tormento y, de ese modo, incrementa las miserias y las angustias de su corta existencia.