Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 16 a 17
16. La incredulidad, la simple duda acerca del porvenir, en una palabra, las ideas materialistas, son las más grandes instigadoras del suicidio, pues engendran la cobardía moral. Cuando vemos a algunos hombres de ciencia, que apoyados en la autoridad de su saber se esfuerzan en demostrar, a quienes los escuchan o leen, que el hombre nada tiene que esperar después de la muerte, ¿no están tratando de convencerlos de que, si son desdichados, lo mejor que pueden hacer es matarse? ¿Qué podrían decirles para desviarlos de esa consecuencia? ¿Qué compensación pueden ofrecerles? ¿Qué esperanza pueden darles? Ninguna, sino la nada. De ahí es preciso concluir que si la nada es el único remedio heroico, la única perspectiva, más vale caer en ella cuanto antes y no más tarde, y de ese modo sufrir durante menos tiempo.La propagación de las ideas materialistas es, por consiguiente, el veneno que inocula la idea del suicidio en una gran cantidad de personas, y aquellos que se convierten en sus apóstoles asumen una tremenda responsabilidad. Dado que con el espiritismo no queda lugar para la duda, el concepto acerca de la vida cambia. El creyente sabe que la vida se prolonga indefinidamente más allá de la tumba, pero en muy diferentes condiciones. De ahí la paciencia y la resignación, que lo desvían naturalmente de la idea del suicidio. De ahí, en una palabra, el valor moral. 17. El espiritismo produce además, en ese aspecto, otro resultado también positivo, y tal vez más concluyente. Nos presenta a los propios suicidas, que acuden a explicarnos la desdichada situación en que se encuentran, lo cual demuestra que nadie viola impunemente la ley de Dios, que prohíbe al hombre abreviar su vida. Entre los suicidas encontramos aquellos cuyos padecimientos, aunque sean transitorios y no eternos, no dejan de ser menos terribles. La naturaleza de esos padecimientos invita a reflexionar a todo aquel que esté tentado de partir de aquí antes de que Dios lo disponga. El espírita tiene, pues, varios motivos para contraponer a la idea del suicidio: la certeza de una vida futura, en la cual sabe que será tanto más feliz cuanto más desdichado y más resignado haya sido en la Tierra; la certeza de que, si abrevia su vida, obtendrá un resultado enteramente opuesto al que esperaba; que se libera de un mal para caer en otro peor aún, más prolongado y más terrible; que se equivoca si cree que al matarse irá más pronto al Cielo; que el suicidio es un obstáculo para reunirse en el otro mundo con los seres que son objeto de su afecto y que esperaba encontrar allí. La consecuencia de todo eso es que el suicidio sólo le reserva decepciones, razón por la cual es contrario a sus propios intereses. Por eso el número de suicidios que ha evitado el espiritismo es considerable, y de ello podemos inferir que cuando todos los hombres sean espíritas ya no habrá suicidios conscientes. Por lo tanto, si comparamos los resultados de la doctrina materialista con los de la doctrina espírita, sólo desde el punto de vista del suicidio, verificamos que la lógica de aquella conduce a él, mientras que la lógica de esta lo impide. Eso es lo que la experiencia confirma.