Capítulo 6 – El Cristo Consolador – 6
Vengo a enseñar y a consolar a los pobres desheredados. Vengo a decirles que eleven su resignación al nivel de sus pruebas; que lloren, pues el dolor fue consagrado en el huerto de los Olivos. Pero también vengo a decirles que aguarden, porque los ángeles consoladores vendrán a enjugar sus lágrimas.Obreros, trazad vuestro surco. Comenzad otra vez al día siguiente la ruda jornada de la víspera. El trabajo de vuestras manos proporciona el pan terrenal a vuestros cuerpos, pero vuestras almas no han sido olvidadas. Yo, el divino jardinero, las cultivo en el silencio de vuestros pensamientos. Cuando haya llegado la hora del reposo, cuando la trama de la vida se caiga de vuestras manos y vuestros ojos se cierren a la luz, sentiréis brotar y germinar en vosotros mi preciosa semilla. Nada se pierde en el reino de nuestro Padre, y vuestros sudores y miserias forman el tesoro que habrá de haceros ricos en las esferas superiores, donde la luz reemplaza a las tinieblas y donde el más desprovisto de vosotros será, tal vez, el de mayor resplandor.En verdad os digo: los que llevan su carga y socorren a sus hermanos son mis bienamados. Instruíos en la preciosa doctrina que disipa el error de las rebeliones y os enseña el objetivo sublime de las pruebas humanas. Así como el viento barre el polvo, el soplo de los Espíritus disipe vuestra envidia hacia los ricos del mundo, que a menudo son muy miserables, porque sus pruebas son más peligrosas que las vuestras. Estoy con vosotros, y mi apóstol os instruye. Bebed en el manantial vivo del amor y preparaos, cautivos de la vida, a lanzaros un día, libres y felices, en el seno de Aquel que os ha creado débiles para haceros perfectibles, y que desea que vosotros mismos modeléis vuestra maleable arcilla, a fin de que seáis los artífices de vuestra inmortalidad. (El Espíritu de Verdad. París, 1861.)