Capítulo 10 – Bienaventurados los que Son Misericordiosos – 18
Queridos amigos, sed severos para con vosotros mismos e indulgentes para con las debilidades de los otros. Esta es también una práctica de la santa caridad que muy pocas personas observan. Todos tenéis malas inclinaciones que vencer, defectos que corregir, costumbres que modificar. Todos tenéis que desprenderos de una carga más o menos pesada, para ascender a la cima de la montaña del progreso. ¿Por qué, pues, sois tan clarividentes en relación con el prójimo, y tan ciegos en relación con vosotros mismos? ¿Cuándo dejaréis de advertir en el ojo de vuestro hermano la paja que lo molesta, para ver en vosotros la viga que os ciega y os hace andar de caída en caída? Creed en vuestros hermanos, los Espíritus. Todo hombre suficientemente orgulloso para considerarse superior, en virtud y en mérito, a sus hermanos encarnados, es insensato y culpable, y Dios le castigará en el día de su justicia. El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten en no ver, más que superficialmente, los defectos del prójimo, así como en esforzarse para hacer que prevalezca lo que en él hay de bueno y virtuoso. Porque aunque el corazón humano sea un abismo de corrupción, siempre existirá en algunos de sus pliegues más recónditos el germen de los buenos sentimientos, chispa brillante de la esencia espiritual.¡Espiritismo, doctrina consoladora y bendita! ¡Felices los que te conocen y hallan provecho en las saludables enseñanzas de los Espíritus del Señor! Para ellos el camino es claro, y al recorrerlo pueden leer estas palabras, que les indican el medio de llegar a destino: caridad práctica, caridad del corazón, caridad para con el prójimo como para uno mismo; en una palabra, caridad para con todos y amor de Dios por encima de todas las cosas, porque el amor de Dios resume todos los deberes, y porque es imposible amar realmente a Dios sin practicar la caridad, de la que Él ha hecho una ley para todas sus criaturas. (Dufetre, obispo de Nevers. Burdeos.)