INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La ley del amor
El amor resume toda la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por excelencia, y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. El hombre, en su origen, sólo tiene instintos; más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; más instruido y purificado, tiene sentimientos; y el punto primoroso del sentimiento es el amor. No el amor en el sentido vulgar de la palabra, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. La ley del amor sustituye la personalidad por la fusión de los seres; aniquila las miserias sociales. ¡Feliz aquel que, elevándose sobre su condición humana, ama con amplio amor a sus hermanos en sufrimiento! ¡Feliz aquel que ama, porque no conoce la miseria del alma ni la del cuerpo; sus pies son livianos, y vive como transportado fuera de sí mismo! Cuando Jesús pronunció esa divina palabra: “amor”, se estremecieron los pueblos, y los mártires, embriagados de esperanza, descendieron a la arena del circo.El espiritismo, a su vez, viene a pronunciar la segunda palabra del alfabeto divino. Estad atentos, porque esa palabra levanta la lápida de las tumbas vacías, y la reencarnación, que triunfa sobre la muerte, revela al hombre deslumbrado su patrimonio intelectual. La muerte ya no lo conduce al suplicio, sino a la conquista de su ser, elevado y transfigurado. La sangre ha rescatado al Espíritu, y hoy el Espíritu debe rescatar al hombre de la materia.He dicho que, en su origen, el hombre sólo tiene instintos. Así pues, aquel en quien dominan los instintos está más cerca del punto de partida que de la meta. Para avanzar hacia la meta es preciso vencer los instintos en provecho de los sentimientos, es decir, perfeccionar estos últimos y sofocar los gérmenes latentes de la materia. Los instintos son la germinación y los embriones del sentimiento. Llevan consigo el progreso, como la bellota contiene en sí al roble, y los seres menos adelantados son los que, como emergen poco a poco de sus crisálidas, permanecen esclavizados a sus instintos. El Espíritu debe ser cultivado como un campo. La riqueza del porvenir depende del trabajo del presente, y más que bienes terrenales, ese trabajo os hará conquistar la gloriosa elevación. Entonces, cuando comprendáis la ley de amor que une a todos los seres, buscaréis en ella los sutiles goces del alma, que son el preludio de la dicha celestial. (Lázaro. París, 1862.)