Capítulo 12 – Amad a Vuestros Enemigos – 3
Si el amor al prójimo es el principio de la caridad, amar a los enemigos es su aplicación sublime, porque esa virtud es una de las más grandes victorias obtenidas contra el egoísmo y el orgullo.Sin embargo, en esta circunstancia, por lo general se comete una equivocación en cuanto al sentido de la palabra amar. Jesús no pretendió, mediante esas palabras, que tengamos para con el enemigo la misma ternura que para con un hermano o un amigo. La ternura presupone confianza. Ahora bien, no podemos confiar en una persona cuando sabemos que nos quiere mal. No podemos tener para con ella las expansiones de la amistad, porque sabemos que sería capaz de abusar de esa actitud. Entre las personas que desconfían recíprocamente no pueden existir los impulsos de simpatía que hay entre los que mantienen una comunión de pensamientos. En fin, nadie puede experimentar, al encontrarse con un enemigo, el mismo placer que se siente en compañía de un amigo. Incluso, ese sentimiento es el resultado de una ley física: la de la asimilación y la repulsión de los fluidos. El pensamiento malévolo emite una corriente fluídica cuya impresión es penosa. El pensamiento benévolo nos envuelve en un efluvio agradable. De ahí resulta la diferencia de las sensaciones que se experimentan ante la proximidad de un amigo o de un enemigo. Por lo tanto, no es posible que “amar a los enemigos” signifique que no debemos hacer ninguna diferencia entre ellos y los amigos. Este precepto sólo parece difícil, y aun imposible de practicar, porque se considera falsamente que prescribe dar a ambos, amigos y enemigos, el mismo lugar en el corazón. Si la pobreza de las lenguas humanas nos obliga a servirnos de la misma palabra para expresar los diversos matices de un sentimiento, corresponde a la razón establecer la diferencia, según los casos.Amar a los enemigos no significa, pues, dispensarles un afecto que no está en nuestra naturaleza, porque el contacto con un enemigo nos hace latir el corazón de muy diferente modo que el contacto con un amigo. Amar a los enemigos es no sentir por ellos ni odio, ni rencor, ni deseos de venganza; es perdonarles sin segundas intenciones e incondicionalmente el mal que nos hacen; es no poner ningún obstáculo para la reconciliación; es desearles el bien en lugar del mal; es alegrarse, en vez de afligirse, con el bien que les sucede; es tenderles una mano caritativa en caso de necesidad; es abstenerse tanto en palabras como en acciones de todo lo que pudiera perjudicarlos; es, en definitiva, retribuirles el mal con el bien, sin intención de humillarlos. Cualquiera que haga esto reúne las condiciones del mandamiento: “Amad a vuestros enemigos”.