El odio
Amaos unos a otros y seréis felices. Procurad, sobre todo, amar a los que os inspiran indiferencia, odio o desprecio. Cristo, a quien debéis considerar vuestro modelo, os dio ese ejemplo de abnegación. Misionero de amor, Él amó hasta dar su sangre y su vida. El sacrificio que os obliga a amar a los que os ultrajan y os persiguen es penoso; pero eso es precisamente lo que os hace superiores a ellos. Si los aborrecieseis, como ellos os aborrecen, no valdríais más que ellos. Amarlos es la hostia sin mancha que ofrecéis a Dios en el altar de vuestros corazones, hostia de agradable aroma cuya fragancia asciende hasta Él. Aunque la ley de amor prescriba que amemos indistintamente a todos nuestros hermanos, no protege al corazón contra los malos procederes. Por el contrario, esa es la prueba más penosa, bien lo sé, pues durante mi última existencia terrenal experimenté esa tortura. Con todo, Dios existe, y castiga tanto en esta vida como en la otra a los que transgreden la ley de amor. No olvidéis, queridos hijos, que el amor os aproxima a Dios, mientras que el odio os aparta de Él. (Fenelón. Burdeos, 1861.)