Capítulo 13 – No Sepa Tu Mano Izquierda lo que da Tu Mano Derecha – 10
Amigos míos, he escuchado que muchos de vosotros se preguntan: “¿Cómo voy a hacer la caridad, si en muchas ocasiones ni siquiera cuento con lo imprescindible?”La caridad, amigos míos, se hace de muchas maneras. Podéis realizarla mediante los pensamientos, las palabras y las acciones. Mediante los pensamientos, con la oración a favor de los pobres desprotegidos, que han muerto sin haber visto la luz. Una plegaria hecha de corazón los alivia. Mediante las palabras, con los buenos consejos que dais a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres a quienes la desesperación y las privaciones les han agriado el carácter, y que blasfeman del nombre del Altísimo: “Yo era como vosotros. Sufría, era desdichado, pero creí en el espiritismo y, miradme, ahora soy feliz”. A los ancianos que os manifiesten: “Es inútil, llegué al final de mi jornada; moriré como he vivido”, recomendadles: “Para la justicia de Dios todos somos iguales; pensad en los trabajadores de la última hora”. A los niños, pervertidos por las malas compañías, que andan por las calles predispuestos a sucumbir ante las tentaciones, advertidles: “Dios os mira, queridos pequeños”, y no temáis repetirles con frecuencia esas tiernas palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias. Así, en vez de niños vagabundos haréis de ellos hombres. Eso también es caridad.Muchos de vosotros alegan también: “¡Bah! En la Tierra somos tantos que Dios no puede vernos a todos”. Escuchad bien esto, amigos míos: Cuando os halláis en la cumbre de una montaña, ¿no abarca acaso vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? Pues bien, Dios os ve del mismo modo. Él os permite emplear vuestro libre albedrío, de la misma manera que vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan arrastrados por el viento que los dispersa. Con la diferencia de que Dios, en su infinita misericordia, ha depositado en el fondo de vuestro corazón un centinela alerta, que se denomina conciencia. Escuchadla, os dará únicamente buenos consejos. En aquellas ocasiones en que conseguís debilitarla, porque le oponéis una intención maligna, ella permanece en silencio. No obstante, tened la convicción de que esa pobre, que fue acallada con desprecio, se hará oír tan pronto como la dejéis percibir un vestigio de remordimiento. Escuchadla, interrogadla, y con frecuencia hallaréis consuelo en el consejo que de ella recibiréis.Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega un estandarte. Yo os doy como divisa esta máxima de Cristo: “Amaos los unos a los otros”. Poned en práctica esa máxima, congregaos todos en torno a esa bandera, y alcanzaréis la felicidad y el consuelo. (Un Espíritu protector. Lyon, 1860.)