Me llamo Caridad. Soy el camino principal que conduce a Dios. Acompañadme, pues soy la meta hacia la cual debéis dirigiros. Realicé esta mañana mi paseo habitual y, con el corazón dolorido, vengo a deciros; ¡Oh, amigos míos, cuántas miserias, cuántas lágrimas, y cuánto debéis hacer para enjugarlas a todas! En vano intenté consolar a algunas pobres madres, diciéndoles al oído: ¡Valor! ¡Hay corazones bondadosos que velan por vosotras! ¡No os abandonarán! ¡Paciencia! ¡Dios existe y vosotras sois sus amadas, sus elegidas! Ellas parecían escucharme y volvían hacia mí sus grandes ojos extraviados. Yo leía en esos pobres rostros que sus cuerpos, esos tiranos del espíritu, estaban hambrientos, y que si mis palabras aportaban alguna calma a sus corazones, no llenaban sus estómagos. Y volvía a repetirles: ¡Valor! ¡Valor! Entonces, una pobre madre, muy joven todavía, que amamantaba a una criatura, la tomó en sus brazos y la alzó en el vacío, como si me rogara que protegiese a ese desdichado y pequeño ser que sólo encontraba en aquel seno estéril una alimentación insuficiente.En otros lugares, amigos míos, he visto a pobres ancianos sin trabajo y casi sin abrigo, víctimas de todos los padecimientos propios de la escasez, que avergonzados de su miseria, no se atrevían, porque nunca habían mendigado, a implorar la piedad de los transeúntes. Con el corazón inundado de compasión, yo, que nada tengo, me convertí en mendiga para ellos, y voy por todas partes estimulando la beneficencia, para inspirar pensamientos nobles a los corazones generosos y compasivos. Por eso estoy aquí, amigos míos, y os digo: Muy cerca hay desdichados en cuyas cestas falta el pan; en sus fogones no hay fuego, ni cobertores en sus lechos. No os digo qué debéis hacer; dejo la iniciativa a vuestros generosos corazones. Si yo os indicara una línea de conducta, no habría mérito alguno en vuestra buena acción. Sólo os digo: Soy la caridad, y os tiendo las manos a favor de vuestros hermanos que sufren.Con todo, si pido también doy, y doy en abundancia. ¡Os invito a un gran banquete, y les ofrezco el árbol donde todos os saciaréis! ¡Observad qué hermoso es, cómo está rebosante de flores y de frutos! Id, id, recoged, tomad todos los frutos de ese hermoso árbol que se llama beneficencia. En el lugar de las ramas que habréis de quitarle, pondré las buenas acciones que vais a practicar, y llevaré el árbol ante Dios, que lo cargará nuevamente, puesto que la beneficencia es inagotable. Acompañadme, entonces, amigos míos, a fin de que pueda contaros entre los que se alistan bajo mi bandera. No temáis. Os conduciré por el camino de la salvación, porque soy la Caridad. (Cárita, martirizada en Roma. Lyon, 1861.)