Mis queridos amigos, todos los días escucho que algunos de vosotros decís: “Soy pobre, no puedo hacer la caridad”, y todos los días veo también que os falta la indulgencia para con vuestros semejantes. No les perdonáis nada, y os erigís en jueces, a menudo severos, sin preguntaros si estaríais satisfechos en el caso de que ellos procedieran del mismo modo en relación con vosotros. ¿Acaso la indulgencia no es también caridad? Vosotros, que sólo podéis hacer la caridad mediante la práctica de la indulgencia, hacedla al menos, pero hacedla con desprendimiento. En lo que respecta a la caridad material, voy a narraros una historia del otro mundo.Dos hombres acababan de morir. Dios había dicho: “Mientras esos hombres vivan, se colocarán en bolsas diferentes las buenas acciones de cada uno, y serán pesadas en el momento de su muerte”. Cuando ambos llegaron al momento postrero, Dios ordenó que le trajeran las dos bolsas. Una de ellas, voluminosa, estaba repleta y permitía escuchar el tintineo del metal con que había sido llenada. La otra era muy pequeña, y estaba casi vacía, al punto que se podían contar las monedas que contenía. Cada uno de los hombres reconoció su bolsa: “Esta es la mía –manifestó uno de ellos–, la reconozco, fui rico y di en abundancia.” “Esta es la mía –dijo el otro–, siempre fui pobre, tenía poco para compartir.” Pero ¡oh sorpresa!, cuando se pusieron las dos bolsas en la balanza, la más voluminosa se volvió liviana, y la más pequeña resultó de mayor peso, a tal punto que descendió considerablemente en el platillo de la balanza. Dios dijo entonces al rico: “Diste mucho, es cierto, pero diste por ostentación, para que tu nombre figurase en los templos del orgullo. Además, al dar no te privaste de nada. Ve hacia la izquierda, y quédate satisfecho de que tu limosna sea tenida en cuenta para algo”. A continuación, Dios dijo al pobre: “Tú has dado poco, amigo mío. Sin embargo, cada una de las monedas que hay en esta balanza representa una privación para ti. No diste limosna, y aun así practicaste la caridad y, lo que vale más aún, hiciste la caridad con naturalidad, sin proponerte que fuera tomada en cuenta. Fuiste indulgente; no abriste juicio sobre tu semejante. Por el contrario, disculpaste todas sus acciones. Así pues, pasa a la derecha y ve a recibir tu recompensa”. (Un Espíritu protector. Lyon, 1861.)