Capítulo 13 – No Sepa Tu Mano Izquierda lo que da Tu Mano Derecha – 17

La piedad

La piedad es la virtud que más os aproxima a los ángeles. Hermana de la caridad, os conduce hacia Dios. ¡Ah! Dejad que vuestro corazón se enternezca ante el espectáculo de las miserias y los padecimientos de vuestros semejantes. Vuestras lágrimas son un bálsamo que derramáis en sus heridas, y cuando a través de una dulce simpatía llegáis a infundirles la esperanza y la resignación, ¡cuánto encanto experimentáis! Es verdad que ese encanto conlleva cierta amargura, porque nace junto a la desgracia. No obstante, así como no posee la acrimonia de los goces mundanos, tampoco es portador de las pungentes decepciones del vacío que esos goces dejan en pos de sí. Es un encanto cuya delicadeza penetrante regocija el alma. La piedad… Cuando se siente intensamente, la piedad es amor. El amor es devoción. La devoción es el olvido de uno mismo; y ese olvido, esa abnegación en favor de los que sufren, es la virtud por excelencia, la que el divino Mesías practicó durante toda su vida, la que predicó en su doctrina sagrada y sublime. Cuando esa doctrina sea restablecida en su primitiva pureza, cuando sea aceptada por todos los pueblos, llevará la felicidad a la Tierra, y hará que reinen en ella la concordia, la paz y el amor.El sentimiento más apropiado para haceros progresar, aquel mediante el cual domináis en vosotros el egoísmo y el orgullo, aquel que predispone vuestra alma a la humildad, a la beneficencia y al amor al prójimo, es ¡la piedad! Esa piedad que os conmueve hasta las entrañas cuando veis los padecimientos de vuestros hermanos, que os impulsa a tenderles la mano para socorrerlos y os arranca lágrimas de simpatía. Por consiguiente, nunca sofoquéis en vuestros corazones esa emoción celestial, ni procedáis como los egoístas empedernidos, que se apartan de los afligidos porque el espectáculo de sus miserias perturbaría durante algunos instantes su alegre existencia. Temed permanecer indiferentes cuando podáis ser útiles. La tranquilidad que se adquiere al precio de la indiferencia culposa es la tranquilidad del Mar Muerto, que oculta en el fondo de sus aguas el fango fétido y la putrefacción.Con todo, ¡cuán lejos se halla la piedad de causar la perturbación y el disgusto ante los que se espanta el egoísta! Es cierto que el alma experimenta, al contacto con la desgracia ajena, una opresión natural y profunda que estremece todo vuestro ser y lo conmueve penosamente, haciendo que se retraiga en sí mismo. Grande es, no obstante, la compensación cuando conseguís infundir valor y esperanza a un hermano en desgracia, que se enternece cuando una mano amiga aprieta la suya, y cuya mirada, húmeda por la emoción y el reconocimiento, se dirige a vosotros dócilmente, antes de elevarse hacia el Cielo en agradecimiento por haberle enviado un consuelo, un amparo. La piedad es la melancólica pero celestial precursora de la caridad, es la primera de las virtudes que la tienen por hermana, y cuyos beneficios ella anticipa y dignifica. (Miguel. Burdeos, 1862.)