Capítulo 13 – No Sepa Tu Mano Izquierda lo que da Tu Mano Derecha – 18

Los huérfanos

Hermanos míos, amad a los huérfanos. Si supieseis cuán triste es estar solo y abandonado, ¡sobre todo durante la infancia! Dios permite que haya huérfanos para estimularnos a que nos pongamos en el lugar de sus padres. ¡Qué divina caridad es ayudar a una pobre criatura abandonada, evitar que padezca hambre y frío, y orientar su alma para que no se pierda en el vicio! Quien tiende la mano a un niño desamparado es grato a Dios, porque comprende y practica su ley. Evaluad también que, muchas veces, el niño al que socorréis es alguien a quien quisisteis en otra encarnación. No obstante, si pudieseis recordarlo, ese socorro ya no sería caridad sino un deber. Así pues, amigos míos, cada ser que padece es vuestro hermano y tiene derecho a vuestra caridad, aunque no a esa caridad que hace daño al corazón, a esa limosna que quema la mano donde cae, porque a menudo vuestros óbolos tienen sabor amargo. ¡Cuántas veces serían rechazados, si no fuera porque la enfermedad y la indigencia los están esperando en el desván donde se guarecen! Dad con delicadeza, sumad a lo que dais el beneficio más precioso de todos: una palabra bondadosa, una caricia, una sonrisa amigable. Evitad ese tono protector que equivale a revolver un cuchillo en el corazón que sangra, y considerad que al hacer el bien estáis trabajando por vosotros mismos y por los demás. (Un Espíritu familiar. París, 1860.)