Necesidad de la caridad según san Pablo
“Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y hasta la lengua de los ángeles, si no tengo caridad, sólo soy como el bronce que resuena o como el címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía, y penetrara todos los misterios; y aunque tuviera perfecta comprensión de todas las cosas; aunque tuviera incluso toda la fe posible, al punto de transportar montañas, si no tengo caridad, no soy nada. Y aunque hubiera distribuido mis bienes para alimentar a los pobres, y entregado mi cuerpo para que fuera
quemado, si no tengo caridad, todo eso de nada me sirve. ”La caridad es paciente; es dulce y bienhechora; la caridad no es envidiosa; no es imprudente ni irreflexiva; no se llena de orgullo; no es despreciativa; no busca su propio interés; no se enfada y no se irrita por nada; no piensa mal; no goza con la injusticia, sino que goza con la verdad; todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre.
”Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad. Pero entre ellas la de mayor excelencia es la caridad.” (San Pablo, Primera Epístola a los Corintios, 13:1 a 7, y 13.)
San Pablo comprendió de tal modo esa gran verdad, que dijo: Aunque yo tuviera el lenguaje de los
ángeles; aunque tuviera el don de profecía, y penetrara todos los misterios; aunque tuviera toda la fe posible, al punto de transportar montañas, si no tengo caridad, no soy nada. Entre estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, la de mayor excelencia es la caridad. Así, sin equivocaciones, coloca a la caridad por encima incluso de la fe. Eso se debe a que la caridad está al alcance de todo el mundo, tanto del ignorante como del sabio, tanto del rico como del pobre, y porque es independiente de cualquier creencia particular. Hace más: define la verdadera caridad. La muestra no sólo en la beneficencia, sino también en el conjunto de todas las cualidades del corazón, en la bondad y en la benevolencia para con el prójimo.