Utilidad providencial de la riqueza. Pruebas de la riqueza y de la miseria
Si la riqueza fuese un obstáculo absoluto para la salvación de los que la poseen, según se podría deducir de ciertas palabras de Jesús, interpretadas según la letra y no conforme al espíritu, Dios, que la concede, habría puesto en las manos de algunos un instrumento de perdición inevitable, idea esta que la razón rechaza. Sin duda, la riqueza es una prueba sumamente delicada, más peligrosa que la miseria, en virtud de los apegos que estimula, las tentaciones que genera y la fascinación que ejerce. Es el supremo excitante del orgullo, del egoísmo y de la vida sensual. Es el lazo más poderoso que sujeta al hombre a la Tierra y desvía su pensamiento del Cielo. El vértigo que produce es tan fuerte que, muchas veces, el que pasa de la miseria a la riqueza olvida rápidamente su condición anterior, así como a quienes la compartieron con él y a los que le dieron ayuda, y se torna insensible, egoísta y vano. No obstante, si bien la riqueza hace más difícil el camino, eso no significa que lo haga imposible, y que no pueda llegar a ser un medio de salvación en poder de aquel que sabe servirse de ella, del mismo modo que ciertos venenos pueden restituir la salud, en caso de que sean empleados intencionalmente y con discernimiento.Cuando Jesús dijo al joven que lo interrogaba acerca de los medios de obtener la vida eterna: “Despréndete de todos tus bienes y sígueme”, no pretendía establecer como un principio absoluto que cada uno debe despojarse de lo que posee, ni que la salvación sólo se obtiene a ese precio; sino mostrar que el apego a los bienes terrenales es un obstáculo para la salvación. Aquel joven, en efecto, se consideraba dispensado porque había observado algunos mandamientos, pero retrocedió ante la idea de abandonar sus bienes. Su deseo de conquistar la vida eterna no era tan intenso como para que hiciera ese sacrificio.Lo que Jesús le proponía era una prueba decisiva, destinada a descubrir el fondo de su pensamiento. El joven podía, sin duda, ser un hombre perfectamente honesto en la opinión del mundo, no causar daño a nadie, no maldecir a su prójimo, no ser arrogante ni orgulloso, honrar a su padre y a su madre. Sin embargo, no tenía la verdadera caridad, pues su virtud no llegaba hasta la abnegación. Eso fue lo que Jesús quiso demostrar. Era una aplicación del principio: Fuera de la caridad no hay salvación. La consecuencia de aquellas palabras de Jesús, tomadas en su acepción rigurosa, sería la abolición de la riqueza, por tratarse de un elemento perjudicial para la felicidad futura, así como la causa de una infinidad de males en la Tierra. Sería, además, la condenación del trabajo que puede proporcionarla. Es una consecuencia absurda, que devolvería al hombre a la vida salvaje y que, por eso mismo, estaría en contradicción con la ley del progreso, que es una ley de Dios. Si la riqueza es la fuente de tantos males, si estimula tantas pasiones malas, si provoca incluso tantos crímenes, entonces no debemos culpar a la riqueza en sí misma, sino al hombre que abusa de ella, al igual que lo hace con todos los dones de Dios. Por el abuso, el hombre vuelve pernicioso aquello que podría ser de gran utilidad para él. Es la consecuencia del estado de inferioridad del mundo terrenal. Si la riqueza sólo produjera males, Dios no la habría puesto en la Tierra. Compete al hombre hacer que de ella surja el bien. Aunque no sea un elemento directo del progreso moral, no cabe duda de que la riqueza es un poderoso elemento del progreso intelectual.En efecto, la misión del hombre consiste en trabajar por el mejoramiento material del globo. Le corresponde roturarlo, sanearlo, prepararlo para que reciba un día a toda la población que su extensión admite. Para alimentar a esa población que crece sin cesar, es preciso aumentar la producción. Si la producción de un país es insuficiente, hay que buscarla fuera de él. Por eso mismo, las relaciones entre los pueblos constituyen una necesidad. A fin de facilitarlas es preciso destruir los obstáculos materiales que los separan, y hacer más rápidas las comunicaciones. Para llevar adelante trabajos que son obra de los siglos, el hombre tuvo que extraer los materiales hasta de las entrañas de la Tierra, y procuró en la ciencia los medios de ejecutarlos con mayor seguridad y rapidez. No obstante, para eso necesitó recursos. La necesidad, pues, lo llevó a crear la riqueza, así como lo impulsó a descubrir la ciencia. La actividad impuesta por esos mismos trabajos amplía y desarrolla su inteligencia, y esa inteligencia, que él concentra al principio en la satisfacción de sus necesidades materiales, habrá de ayudarlo más adelante a comprender las grandes verdades morales. Dado que la riqueza es el principal medio de ejecución, sin ella desaparecerían los grandes trabajos, ya no habría actividades, no habría estímulos ni investigaciones. Con toda razón, pues, la riqueza es considerada un elemento de progreso.