Capítulo 21 – Habrá Falsos Cristos y Falsos Profetas – 9
Caracteres del verdadero profeta9. Desconfiad de los falsos profetas. Esta recomendación es útil en todas las épocas, pero sobre todo en los momentos de transición en que, como ahora, se procesa una transformación de la humanidad, porque entonces una multitud de ambiciosos y de intrigantes se arrogan el título de reformadores y de Mesías. Contra esos impostores se debe estar prevenido, y es el deber de todo hombre honesto desenmascararlos. Sin duda, preguntaréis cómo se los puede reconocer. Aquí tenéis su descripción:Sólo se confía la responsabilidad de un ejército a un general habilidoso, capaz de comandarlo. ¿Creéis acaso que Dios tiene menos prudencia que los hombres? Estad seguros de que Él confía las misiones importantes a quienes sabe capaces de cumplirlas, pues las grandes misiones son fardos pesados que abrumarían al hombre que no tuviera suficientes fuerzas para cargarlos. Como en todas las cosas, el maestro debe saber más que el discípulo. Para hacer que la humanidad avance moral e intelectualmente se necesitan hombres superiores en inteligencia y en moralidad. Por eso, siempre se eligen Espíritus muy adelantados, que han pasado sus pruebas en otras existencias, para que encarnen con el objetivo de cumplir esas misiones, puesto que si no fueran superiores al medio en el que deben desempeñarse, su acción sería nula.Así, arribaréis a la conclusión de que el verdadero misionero de Dios debe justificar su misión con su superioridad, sus virtudes y su grandeza, al igual que con el resultado y la influencia moralizadora de sus obras. Extraed también como consecuencia, que si por su carácter, por sus virtudes o por su inteligencia, se encuentra por debajo del rol con que se presenta o del personaje cuyo nombre utiliza para resguardarse, es sólo un histrión de baja categoría, que ni siquiera sabe imitar al modelo que escogió.Otra consideración: la mayoría de los auténticos misioneros de Dios ignoran que lo son. La potencia de su genio los lleva a cumplir la misión a la que han sido convocados, secundados por el poder oculto que los inspira y dirige aunque no lo sepan, pero sin un designio premeditado. En una palabra, los verdaderos profetas se revelan mediante sus actos, y son otras personas quienes los descubren; mientras que los falsos profetas se presentan a sí mismos como enviados de Dios. Los primeros son simples y modestos; los segundos son orgullosos y engreídos; hablan con altanería y, como todos los mentirosos, parecen siempre temerosos de que no les crean.Se ha visto que algunos de esos impostores pretendieron hacerse pasar por apóstoles de Cristo, otros por el propio Cristo y, para vergüenza de la humanidad, han encontrado personas suficientemente ingenuas para creer en esas torpezas. Sin embargo, una reflexión muy sencilla debería abrir hasta los ojos del más ciego: si Cristo reencarnara en la Tierra, vendría con todo su poder y sus virtudes, a menos que se admitiera que Él ha degenerado, lo que sería absurdo. Ahora bien, del mismo modo que si quitarais a Dios uno solo de sus atributos ya no tendríais a Dios, si le quitarais a Cristo una sola de sus virtudes ya no tendríais a Cristo. Los que se hacen pasar por Cristo, ¿poseen todas sus virtudes? Esa es la cuestión. Observadlos, escrutad sus pensamientos y sus actos, y reconoceréis que, sobre todas las cosas, carecen de las cualidades distintivas de Cristo: la humildad y la caridad; mientras que tienen las que Jesús no tenía: la ambición y el orgullo. Notad, además, que hay en la actualidad, en diversos países, muchos pretendidos Cristos, del mismo modo que hay muchos pretendidos Elías, muchos san Juan o san Pedro, y que resulta imposible que todos sean verdaderos. Tened la certeza de que se trata de personas que explotan la credulidad ajena y a quienes les resulta cómodo vivir a expensas de los que los siguen. Desconfiad, pues, de los falsos profetas, especialmente en una época de renovación, porque muchos impostores se presentarán como enviados de Dios. Ellos procuran satisfacer su vanidad en la Tierra, pero podéis estar seguros de que una inexorable justicia los espera. (Erasto. París, 1862.)