Oraciones pagadas
3. Dijo a continuación a sus discípulos, ante todo el pueblo que lo escuchaba: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasearse con largas túnicas, que se complacen en ser saludados en las plazas públicas, y en ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes; y que, con el pretexto de largas oraciones, devoran las casas de las viudas. Esas personas recibirán una condenación más rigurosa”. (San Lucas, 20:45 a 47; San Marcos, 12:38 a 40; San Mateo, 23:14.) 4. También dijo Jesús: No cobréis vuestras oraciones; no hagáis como los escribas, “que con el pretexto de largas oraciones devoran las casas de las viudas”, es decir, se apoderan de sus fortunas. La oración es un acto de caridad, un impulso del corazón. Cobrar la oración dirigida a Dios a favor de otro, significa transformarse en un intermediario asalariado. En ese caso, la oración constituye una fórmula cuyo precio es proporcional al tiempo que lleva pronunciarla. Ahora bien, una de dos: Dios mide o no mide sus gracias por el número de palabras. Si fueran necesarias muchas, ¿por qué se dicen pocas o casi ninguna por el que no puede pagar? Eso es una falta de caridad. Si una sola es suficiente, el exceso es inútil. ¿Por qué cobrarlas, entonces? Quien procede así, incurre en una prevaricación.Dios no vende los beneficios que concede. ¿Por qué, entonces, alguien que ni siquiera es el distribuidor de esos beneficios, que no puede garantizar su obtención, habría de cobrar un ruego que tal vez no produzca ningún resultado? Dios no puede subordinar un acto de clemencia, de bondad o de justicia que se solicita a su misericordia, a una suma de dinero. De lo contrario, si la suma no se llegara a pagar, o fuese insuficiente, la justicia, la bondad y la clemencia de Dios quedarían suspendidas. La razón, el buen sentido y la lógica dicen que Dios, la perfección absoluta, no puede delegar en seres imperfectos el derecho a determinar un precio para su justicia. La justicia de Dios es como el sol: existe para todos, tanto para el pobre como para el rico. Si se considera inmoral traficar con las gracias de un soberano terrenal, ¿acaso sería lícito vender las del soberano del universo?Las oraciones pagadas presentan otro inconveniente: quien las compra, la mayoría de las veces supone que está dispensado de orar, porque considera que ha cumplido a partir del momento en que entregó su dinero. Es sabido que los Espíritus se conmueven por el fervor del pensamiento de quien les demuestra interés. ¿Cuál puede ser el fervor del que traslada a un tercero el encargo de orar por él mediante un pago? ¿Cuál es el fervor de ese tercero cuando delega su mandato a otro, y este a otro, y así sucesivamente? ¿No será esto reducir la eficacia de la oración al valor de una moneda corriente?