9. Aparte de la cuestión moral se presenta una consideración efectiva no menos importante, que tiene
relación con la naturaleza misma de la facultad. La mediumnidad seria no puede ser ni será nunca una
profesión, no sólo porque sería desacreditada moralmente, y pronto se la asociaría con los que dicen la buenaventura, sino también porque existe un obstáculo material que se opondría a ello: se trata de una facultad esencialmente inestable, huidiza y variable, con cuya permanencia nadie puede contar. Sería, pues, para quien la explotase, un recurso por completo incierto, que podría llegar a faltarle en
el momento en que más necesario le resultara. Diferente es lo que sucede con un talento adquirido a través del estudio y del trabajo, y que, por eso mismo, es una propiedad de la cual naturalmente se permite a quien la posea extraer un beneficio. Pero la mediumnidad no es un arte ni un talento,
razón por la cual no puede ser convertida en una profesión. Sólo existe gracias al concurso de los Espíritus. Si ellos faltan, ya no hay mediumnidad. La aptitud puede subsistir, pero su práctica está anulada. Por eso, no hay en el mundo entero un solo médium que pueda garantizar la obtención de un fenómeno espírita en un momento dado. Explotar la mediumnidad es, pues, disponer de algo de lo que en realidad no se es dueño. Afirmar lo contrario es engañar a la persona que paga. Más aun: el médium no dispone de sí mismo, sino de los Espíritus, de las almas de los muertos, a cuya colaboración él pone precio. Esta idea provoca un rechazo instintivo. Y ese comercio, degenerado en abuso y explotado por el charlatanismo, la ignorancia, la credulidad y la superstición, fue el motivo de la prohibición de Moisés.
El espiritismo moderno, que comprende el aspecto serio de la cuestión, mediante el descrédito que lanzó sobre esa explotación ha elevado la mediumnidad a la categoría de misión. La mediumnidad es una cosa santa, que debe ser practicada con santidad y religiosamente. Si existe una clase de mediumnidad que requiere esa condición de un modo aún más absoluto, esa es la mediumnidad curativa. El médico brinda el fruto de sus estudios, que muchas veces ha realizado a costa de penosos sacrificios. El magnetizador
entrega su propio fluido, y a menudo incluso su salud. Ambos pueden ponerles precio. En cambio, el médium curador transmite el fluido saludable de los Espíritus buenos, de modo que no tiene el derecho de venderlos. Jesús y los apóstoles, aunque eran pobres, no cobraban las curaciones que producían.
Así pues, quien no tenga de qué vivir, busque recursos en cualquier parte, menos en la mediumnidad.
Si es necesario, que no le consagre más que el tiempo de que pueda disponer materialmente. Los Espíritus tendrán en cuenta su devoción y sus sacrificios, mientras que se apartan de quienes los utilizan como un escalón para elevarse.