Capítulo 27 – Pedid y se os Dará – 5 a 8

Eficacia de la oración

5. “Todo lo que pidáis en la oración, creed que lo recibiréis, y os será concedido.” (San Marcos, 11:24.) 6. Hay personas que cuestionan la eficacia de la oración basados en el principio según el cual, como Dios conoce nuestras necesidades, es superfluo exponérselas. Además añaden que, como todo en el universo se eslabona mediante leyes eternas, nuestras súplicas no pueden modificar los decretos de Dios.No cabe duda de que hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede derogar según el capricho de cada uno. No obstante, de ahí a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, existe una gran distancia. Si así fuera, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, carente de libre albedrío y de iniciativa. De acuerdo con esta hipótesis, no tendría más que doblar la cabeza bajo el golpe de los acontecimientos, sin intentar evitarlos. No debería haber tratado de desviar el rayo. Dios no ha dado al hombre el juicio y la inteligencia para que no se sirva de ellos; o la voluntad, para que no quiera; o la actividad, para que permanezca en la inacción. Como el hombre es libre de obrar en un sentido o en otro, sus actos acarrean, tanto para él como para las demás personas, consecuencias subordinadas a lo que hace o deja de hacer. Mediante su iniciativa hay, por lo tanto, acontecimientos que escapan forzosamente a la fatalidad, sin que por eso destruyan la armonía de las leyes universales, del mismo modo que si se adelanta o retrasa la aguja de un reloj, no se anula la ley del movimiento en el que se basa su mecanismo. Dios puede, por consiguiente, acceder a ciertas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, pero su consentimiento siempre está subordinado a su voluntad. 7. De esta máxima: “Todo lo que pidáis en la oración, creed que os será concedido”, sería ilógico deducir que basta con pedir para obtener, como sería injusto acusar a la Providencia si no atendiera todas las súplicas que se le hacen, puesto que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. De ese modo procede un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas que son contrarias a los intereses de este último. En general, el hombre sólo ve el presente. Ahora bien, si el sufrimiento resulta útil para su felicidad futura, Dios dejará que sufra, así como el cirujano permite que un enfermo padezca los dolores de una operación que le deparará la cura.Lo que Dios le concederá al hombre, si este lo pide con confianza, es el valor, la paciencia y la resignación. Asimismo, habrá de concederle los medios para que él mismo se libere de las dificultades, con la ayuda de ideas que le sugerirá a través de los Espíritus buenos, y le dejará de esa forma el mérito de su decisión. Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate, que el Cielo te ayudará”, y no a los que todo lo esperan de un socorro ajeno, sin emplear sus propias facultades. No obstante, en casi todas las ocasiones, el hombre preferiría ser socorrido por un milagro, sin hacer nada de su parte. 8. Pongamos el ejemplo de un hombre que está perdido en el desierto. Padece una sed terrible. Se siente desfallecer y cae en el suelo. Ruega a Dios que lo asista, y espera. Pero ningún ángel acude a darle de beber. Sin embargo, un Espíritu bueno le sugiere la idea de que se levante y tome uno de los senderos que se presentan ante él. Entonces, mediante un movimiento automático, reúne las fuerzas que le quedan, se levanta y camina a la ventura hasta que, desde una colina, descubre a lo lejos un arroyo. Al divisarlo recobra el ánimo. Si tiene fe, exclamará: “Gracias, Dios mío, por la idea que me inspiraste y por la fuerza que me diste”. Si no tiene fe, dirá: “¡Qué buena idea he tenido! ¡Qué suerte la mía, que tomé el camino de la derecha en vez del de la izquierda! ¡La casualidad, en ocasiones, nos sirve realmente! ¡Cuánto me felicito por mi valor y por no haberme dejado abatir!”Con todo, habrá quien diga: “¿Por qué el Espíritu bueno no dijo claramente a ese hombre: Sigue este sendero, y al final de él encontrarás lo que necesitas? ¿Por qué no le mostró el camino, para guiarlo y sostenerlo cuando desfallecía? De esa manera el Espíritu lo habría convencido de la intervención de la Providencia”. Responderemos, en primer lugar, que el Espíritu se propuso enseñarle que debe ayudarse a sí mismo y emplear sus propias fuerzas. Después, mediante la incertidumbre, Dios pone a prueba la confianza que se deposita en Él, así como la sumisión a su voluntad. Ese hombre estaba en la situación de un niño que se cae y que, si ve a alguien, grita y espera que lo vayan a levantar. Si no ve a nadie, hace esfuerzos y se levanta por sí solo.Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiese dicho: “Soy el enviado de Dios para guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro”, Tobías no habría tenido ningún mérito. Confiado en su compañero, no hubiera tenido necesidad de pensar. Por eso el ángel no se dio a conocer hasta que regresaron.