Para corregirse de un defecto
¡Oh, Dios mío! Tú me diste la inteligencia necesaria para distinguir el bien del mal. Así pues, desde el momento en que reconozco que algo es malo, soy culpable si no realizo el esfuerzo para rechazarlo. Presérvame del orgullo que me impediría percibir mis defectos, y de los Espíritus malos que podrían incitarme a perseverar en ellos. Entre mis imperfecciones, reconozco que soy particularmente propenso a este defecto ; y si no resisto a esa inclinación es porque he contraído el hábito de ceder a ella. No me has creado culpable, porque eres justo, sino con igual aptitud tanto para el bien como para el mal. Si he seguido el camino del mal es por efecto de mi libre albedrío. No obstante, como he tenido la libertad de hacer mal, tengo también la de hacer bien y, por consiguiente, de cambiar el rumbo. Mis defectos actuales son un resto de las imperfecciones que he conservado de mis precedentes existencias; son mi pecado original, del que puedo despojarme por obra de mi voluntad, con la asistencia de los Espíritus buenos. Espíritus buenos que me protegéis, y sobre todo tú, mi ángel de la guarda, dadme fuerza para que resista a las malas sugestiones y pueda salir victorioso de la lucha. Los defectos son las barreras que nos separan de Dios, y cada defecto vencido es un paso hacia adelante en el camino del progreso que habrá de acercarme a Él. El Señor, en su infinita misericordia, ha tenido a bien concederme la existencia actual para que ella contribuya a mi adelanto. Espíritus buenos, ayudadme a aprovecharla, a fin de que no sea una existencia perdida para mí, y para que, cuando el Señor decida quitármela, me retire mejor que cuando ingresé en ella.