Para las personas que amamos
Dígnate, ¡oh Dios mío!, acoger favorablemente la oración que te dirijo para el Espíritu de nuestro herano. Hazle entrever tus divinas claridades, y facilítale el camino de la dicha eterna. Permite que los Espíritus buenos le lleven mis palabras y mi pensamiento. Y tú, mi hermano, a quien he querido en este mundo, escucha mi voz, que te llama para ofrecerte una nueva prueba de mi afecto. Dios ha permitido que te liberases antes que yo, y de eso no podría quejarme sin egoísmo, porque sería desear que continuaras sometido a las penas y los padecimientos de esta vida. Aguardo, pues, con resignación, el momento en que nos reuniremos nuevamente en ese mundo más venturoso en el cual me has precedido. Sé que nuestra separación es sólo momentánea y que, por larga que pudiera parecerme, su duración se borra ante la eterna dicha que Dios promete a sus elegidos. Que su bondad me preserve de hacer nada que pueda retardar ese instante deseado, y que me ahorre de ese modo el dolor de no volver a encontrarte cuando salga de mi cautiverio terrenal. ¡Oh! ¡Qué dulce y consoladora es la certeza de que sólo hay entre nosotros un velo material que te oculta a mi mirada! Que puedes estar aquí, a mi lado; que puedes verme y oírme como muchas veces lo hiciste, y aún mejor que antes; que no me olvidas como yo tampoco te olvido; que nuestros pensamientos no cesan de confundirse, y que el tuyo me sigue y me sostiene siempre. La paz del Señor sea contigo.