Capítulo 10 – Bienaventurados los que Son Misericordiosos – 9 a 10

La paja y la viga en el ojo

9. “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que hay en tu propio ojo? ¿O cómo dices a tu hermano: ‘Déjame sacar la paja de tu ojo’, tú que tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás cómo sacar la paja del ojo de tu hermano.” (San Mateo, 7: 3 a 5.) 10. Uno de los defectos de la humanidad consiste en ver el mal del otro antes de que veamos el mal que está en nosotros. Para juzgarse a sí mismo, sería preciso que el hombre pudiera verse en un espejo, transportarse en cierto modo fuera de sí, a fin de considerarse como otra persona, y preguntarse: ¿Qué pensaría yo si viese hacer a otro lo que yo hago? No cabe duda de que es el orgullo el que hace que el hombre disimule sus propios defectos, tanto morales como físicos. Ese defecto es esencialmente contrario a la caridad, porque la verdadera caridad es modesta, sencilla e indulgente. La caridad orgullosa es un absurdo, puesto que ambos sentimientos se neutralizan uno a otro. En efecto, ¿cómo es posible que un hombre, suficientemente presuntuoso para creer en la importancia de su personalidad y en la supremacía de sus cualidades, tenga al mismo tiempo la abnegación necesaria para hacer resaltar en los demás el bien que podría eclipsarlo, en lugar del mal que lo realzaría? Si bien el orgullo es el padre de muchos vicios, es también la negación de muchas virtudes. Se lo encuentra en el fondo y como móvil de casi todas las acciones. Por eso Jesús se empeñó en combatirlo como al principal obstáculo del progreso.