Capítulo 11 – Amar Al Prójimo Como a Sí Mismo – 13

La fe y la caridad

Os dije hace poco tiempo, queridos hijos, que la caridad sin la fe no basta para mantener entre los hombres un orden social capaz de hacerlos felices. Debería haber dicho que la caridad es imposible sin la fe. Por cierto, podéis encontrar impulsos generosos incluso en personas que no tienen religión. Pero esa caridad austera, que sólo se ejerce por abnegación, por el sacrificio constante de todo interés egoísta, únicamente puede ser inspirada por la fe, porque sólo ella puede hacernos cargar con valor y perseverancia la cruz de esta vida.Así es, hijos míos; en vano el hombre ávido de goces procura hacerse ilusiones acerca de su destino en la Tierra, afirmando que sólo debe ocuparse de su felicidad. Es verdad que Dios nos creó para que seamos felices en la eternidad. No obstante, la vida terrenal debe servir exclusivamente para nuestro perfeccionamiento moral, que se conquista con más facilidad con la ayuda de los órganos corporales y del mundo material. Sin tener en cuenta las vicisitudes ordinarias de la vida, la diversidad de vuestros gustos, de vuestras inclinaciones y necesidades es también un medio para perfeccionaros, mediante el ejercicio de la caridad. Porque sólo a costa de concesiones y de sacrificios mutuos podéis mantener la armonía entre elementos tan dispares. Sin embargo, tendríais razón si afirmarais que la felicidad está destinada al hombre en este mundo, siempre que la busquéis en el bien, y no en los goces materiales. La historia de la cristiandad se refiere a los mártires que iban al suplicio con alegría. Hoy, en vuestra sociedad, para ser cristianos no hace falta el holocausto del martirio, ni el sacrificio de la vida, sino única y exclusivamente el sacrificio de vuestro egoísmo, de vuestro orgullo y de vuestra vanidad. Triunfaréis, si la caridad os inspira y la fe os sostiene. (Espíritu protector. Cracovia, 1861.)