Capítulo 12 – Amad a Vuestros Enemigos – 11

El duelo

Sólo es en verdad grande aquel que, dado que considera la vida como un viaje que debe conducirlo a un determinado lugar, presta poca atención a las asperezas del recorrido, y no deja ni por un instante que sus pasos se desvíen del camino recto. Con la vista permanentemente dirigida hacia la meta, poco le importa que los abrojos y las espinas del sendero amenacen con producirle arañazos, pues ambos lo rozan sin herirlo ni impedirle que prosiga su curso. Exponer sus días para vengarse de una injuria equivale a retroceder ante las pruebas de la vida. Eso siempre es un crimen ante Dios, y si vosotros no fueseis, como lo sois, engañados por vuestros prejuicios, sería también una ridícula y suprema locura ante los hombres.El homicidio cometido en un duelo es un crimen. Incluso vuestra legislación lo reconoce. Nadie tiene el derecho, en ningún caso, de atentar contra la vida de su semejante. Se trata de un crimen a los ojos de Dios, que os ha trazado la línea de conducta que debéis seguir. En esto, más que en cualquier otra circunstancia, sois los jueces de vuestra propia causa. Tened presente que se os perdonará según el modo en que vosotros hayáis perdonado. A través del perdón os acercáis a la Divinidad, pues la clemencia es hermana del poder. Mientras la mano de los hombres derrame una gota de sangre humana en la Tierra, no habrá llegado a ella el verdadero reino de Dios, el reino de paz y de amor que debe desterrar definitivamente de vuestro globo la animosidad, la discordia y la guerra. Entonces, la palabra duelo sólo existirá en vuestro lenguaje como un lejano y difuso recuerdo de un pasado que ya no existe. Los hombres no conocerán otro antagonismo más que la noble rivalidad del bien. (Adolfo, obispo de Argel. Marmande, 1861.)