Capítulo 12 – Amad a Vuestros Enemigos – 15
El hombre de mundo, el hombre feliz, que por una palabra hiriente o por una causa insignificante arriesga la vida que Dios le ha dado, así como la vida de su semejante, que pertenece exclusivamente a Dios, ese hombre es cien veces más culpable que el miserable que, empujado por la ambición, o a veces por la necesidad, se introduce en un casa para robar lo que codicia y para matar a aquellos que se oponen a sus designios. Este último es casi siempre un hombre sin educación, con nociones imperfectas del bien y del mal, en tanto que el duelista pertenece casi siempre a la clase más ilustrada. Uno mata brutalmente, mientras que el otro lo hace con método y elegancia, razón por la cual la sociedad lo excusa. Agregaré incluso que el duelista es infinitamente más culpable que el desdichado que, cediendo a un sentimiento de venganza, mata en un momento de exasperación. El duelista no tiene como excusa el arrebato de la pasión, porque entre el insulto y la reparación dispone siempre de tiempo para reflexionar. Obra, pues, fríamente y con un designio premeditado. Todo está calculado y estudiado para matar con más seguridad a su adversario. Es verdad que también expone su vida, y esto es lo que rehabilita el duelo ante el mundo, porque en ese caso sólo se ve en él un acto de valor y de desprecio de su propia vida. Con todo, ¿habrá verdadero valor por parte de aquel que está seguro de sí mismo? El duelo, un resto de las épocas de barbarie, en que el derecho del más fuerte era ley, desaparecerá por obra de una más sana apreciación del verdadero pundonor, y a medida que el hombre deposite una fe más firme en la vida futura. (Agustín. Burdeos, 1861.)