Capítulo 12 – Amad a Vuestros Enemigos – 5 a 6

Los enemigos desencarnados

5. El espírita tiene también otros motivos para ser indulgente con sus enemigos. En primer lugar, sabe que la maldad no es un estado permanente de los hombres, sino que se debe a una imperfección momentánea y que, de la misma manera que el niño se corrige de sus defectos, el hombre malo reconocerá un día sus errores y se volverá bueno. Sabe además que la muerte sólo lo libera de la presencia material de su enemigo, porque este puede perseguirlo con su odio aun después de que haya dejado la Tierra. Así, la venganza no consigue su objetivo, sino que, por el contrario, tiene por efecto producir una irritación más grande, que puede prolongarse de una existencia a la otra. Correspondía al espiritismo probar, por medio de la experiencia y de la ley que rige las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible, que la expresión extinguir el odio con sangre es radicalmente falsa, y que la verdad, en cambio, es que la sangre alimenta el odio, incluso más allá de la tumba. Correspondía al espiritismo, por consiguiente, dar una razón de ser efectiva y una utilidad práctica tanto al perdón como a la sublime máxima de Cristo: Amad a vuestros enemigos. No hay corazón tan perverso que, aun sin saberlo, no se conmueva ante una buena acción. Con el buen proceder se quita, por lo menos, todo pretexto para las represalias, y de un enemigo se puede hacer un amigo, antes y después de la muerte. Por el contrario, con el mal proceder se irrita al enemigo, que entonces sirve él mismo de instrumento a la justicia de Dios para castigar a quien no ha perdonado. 6. Podemos, pues, tener enemigos entre los encarnados y entre los desencarnados. Los enemigos del mundo invisible manifiestan su malevolencia a través de las obsesiones y las subyugaciones, de las que son víctimas tantas personas, y que representan una variedad en las pruebas de la vida. Tanto estas pruebas, como las otras, contribuyen al adelanto del ser y deben ser aceptadas con resignación y como consecuencia de la naturaleza inferior del globo terrestre. Si no hubiese hombres malos en la Tierra, no habría Espíritus malos alrededor de ella. Así pues, si debemos ser indulgentes y benevolentes para con los enemigos encarnados, del mismo modo debemos proceder en relación con los que están desencarnados.En el pasado se sacrificaba a víctimas sangrientas para apaciguar a los dioses infernales, que no eran otra cosa que Espíritus malos. A los dioses infernales los han sucedido los demonios, que son lo mismo. El espiritismo viene a probar que esos demonios no son sino las almas de los hombres perversos, que todavía no se han despojado de los instintos materiales; que nadie consigue apaciguarlos a no ser con el sacrificio de su odio, es decir, mediante la caridad; que la caridad no tiene sólo por efecto impedir que hagan el mal, sino conducirlos nuevamente al camino del bien, con lo cual contribuye a su salvación. Por consiguiente, la máxima: Amad a vuestros enemigos no se halla circunscripta al círculo estrecho de la Tierra y de la vida presente, sino que forma parte de la magna ley de la solidaridad y la fraternidad universal.