Capítulo 13 – No Sepa Tu Mano Izquierda lo que da Tu Mano Derecha – 4

Los infortunios ocultos

En medio de las grandes calamidades, la caridad se conmueve, y es posible observar generosos impulsos destinados a reparar los desastres. No obstante, a la par de esos desastres generales, existen miles de desastres individuales que pasan desapercibidos, tales como los de las personas que yacen postradas en un camastro, sin quejarse. Esos infortunios discretos y ocultos son los que la verdadera generosidad sabe descubrir, sin esperar que le reclamen su atención. ¿Quién es esa mujer de aspecto distinguido, ataviada con sencillez aunque con esmero, que se hace acompañar por una jovencita vestida también modestamente? Entra en una vivienda de sórdida apariencia, en la que sin duda la conocen, pues cuando ingresa la saludan con respeto. ¿A dónde se dirige? Sube hasta el desván, donde yace una madre de familia, rodeada de niños pequeños. Su llegada hace brillar la alegría en aquellos rostros demacrados. Es porque fue a aliviar todos sus dolores. Lleva lo que necesitan, sazonado con palabras tiernas y consoladoras, que hacen que sus protegidos, que no son profesionales de la mendicidad, acepten el beneficio sin sonrojarse. El padre está en el hospital, y en tanto aquel permanece allí, la madre no consigue abastecer sus necesidades. Gracias a esa buena mujer, aquellos pobres niños ya no sentirán frío ni hambre, concurrirán a la escuela con abrigo y, para los más pequeños, el seno que los amamanta no habrá de secarse. Si alguno de ellos se enferma, no le faltarán los cuidados materiales que pudiera necesitar. De ahí, la benefactora se dirige al hospital, para llevar al padre un poco de aliento, y tranquilizarlo sobre el estado de la familia. En la esquina la espera un carruaje, un verdadero almacén con todo lo que destina a sus protegidos, que reciben sucesivamente su visita. No les pregunta cuál es la creencia que profesan, ni cuáles son sus puntos de vista, pues para ella todos los hombres son hermanos e hijos de Dios. Concluido el recorrido, se dice a sí misma: “Comencé bien mi día”. ¿Cuál es su nombre? ¿Dónde vive? Nadie lo sabe. Para los desdichados es un nombre que nada sugiere. No obstante, es el ángel de la consolación. Por la noche, un concierto de bendiciones en su favor se eleva hacia el Creador: católicos, judíos, protestantes, todos la bendicen. ¿Por qué usa ese traje tan sencillo? Para no ofender a la miseria con su lujo. ¿Por qué se hace acompañar de su joven hija? Para enseñarle cómo se debe practicar la beneficencia. También su hija quiere hacer la caridad, pero ella le dice: “¿Qué puedes dar, hija mía, si no tienes nada que te pertenezca? Si yo pusiera alguna cosa en tus manos para que la des a otros, ¿cuál será tu mérito? En realidad, seré yo quien haga la caridad. ¿Qué merecimiento tendrías por eso? No es lo justo. Cuando visitamos a los enfermos tú me ayudas a atenderlos. Ahora bien, dispensar cuidados ya es dar algo. ¿Consideras que no es suficiente? Nada hay más sencillo: aprende a realizar tareas manuales, y confeccionarás prendas de vestir para esos niños. De esa manera darás algo que provendrá de ti misma”. Así, aquella madre auténticamente cristiana forma a su hija en la práctica de las virtudes que Cristo enseñó. ¿Es espírita? ¡Qué importancia tiene eso!En su ambiente, es una mujer mundana, porque su posición lo requiere. No obstante, allí ignoran lo que hace, porque ella no busca otra aprobación que no sea la de Dios y la de su propia conciencia. En cierta ocasión, una circunstancia fortuita conduce a su casa a una de sus protegidas, que vendía manualidades. Cuando esta la ve, reconoce a su benefactora, y la señora le ordena: “¡Guarda silencio! No se lo digas a nadie”. Del mismo modo se expresaba Jesús.