Capítulo 15 – Fuera de La Caridad No Hay Salvación – 10

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Fuera de la caridad no hay salvació

Hijos míos, en la máxima Fuera de la caridad no hay salvación se hallan contenidos los destinos de los hombres en la Tierra y en el Cielo. En la Tierra, porque al amparo de esa bandera ellos vivirán en paz. En el Cielo, porque los que la hayan practicado encontrarán gracia ante el Señor. Esa divisa es la antorcha celestial, la columna luminosa que guía al hombre en el desierto de la vida, para conducirlo a la Tierra Prometida. Brilla en el Cielo como una aureola de santidad en la frente de los elegidos; y en la Tierra, está
grabada en el corazón de aquellos a quienes Jesús dirá: “Pasad a la derecha, benditos de mi Padre”. Los reconoceréis por el aroma de la caridad que esparcen alrededor suyo. Nada expresa mejor el pensamiento de Jesús, nada resume tan bien los deberes del hombre, que esa máxima de índole
divina. Nada mejor podía hacer el espiritismo, para probar su propio origen, que presentarla como regla, pues esa máxima constituye el reflejo del más puro cristianismo. Con una guía así, el hombre nunca se desviará. Dedicaos, pues, amigos míos, a comprender su profundo sentido y sus consecuencias, a buscar por vosotros mismos todas sus aplicaciones. Someted la totalidad de vuestras acciones al control de la caridad, y vuestra conciencia os responderá. No sólo evitará que cometáis el mal, sino que también os
ayudará a practicar el bien, pues no alcanza con una virtud negativa: hace falta una virtud activa. Para hacer el bien, se requiere siempre la acción de la voluntad. En cambio, para no practicar el mal, alcanza en muchas ocasiones con la inercia y la indiferencia. Amigos míos, agradeced a Dios que os ha permitido
que pudieseis gozar de la luz del espiritismo. Esto no significa que solamente quienes poseen esa luz serán salvados, sino que, al ayudaros a comprender mejor las enseñanzas de Cristo, os hace mejores cristianos. Así pues, haced que, cuando os observen vuestros hermanos, puedan decir que el verdadero espírita y el verdadero cristiano son una sola y la misma persona, dado que todos los que practican la
caridad son discípulos de Jesús, sea cual fuere el culto al que pertenezcan. (Pablo, apóstol. París, 1860.)