Capítulo 16 – No Se Puede Servir a Dios Y a Mamón – 11

Empleo de la riqueza

No podéis servir a Dios y a Mamón. Acordaos bien de eso, vosotros, a quienes domina el amor al oro; vosotros, que venderíais el alma para poseer tesoros, porque ellos dan lugar a que os elevéis por encima de los demás hombres, y os proporcionan el goce de las pasiones. ¡No; no podéis servir a Dios y a Mamón! Así pues, si sentís vuestra alma dominada por la codicia de la carne, apresuraos a soltar el yugo que os oprime, porque Dios, justo y severo, os dirá: “¿Qué has hecho, administrador infiel, con los bienes que te confié? Empleaste ese poderoso móvil de las buenas obras exclusivamente para tu satisfacción personal”. ¿Cuál es, pues, el mejor empleo que se puede dar a la riqueza? Buscad la solución del problema en estas palabras: “Amaos los unos a los otros”. Allí está el secreto para el correcto empleo de las riquezas. Quien se encuentre animado por el amor al prójimo tiene trazada claramente su línea de conducta. El empleo que agrada a Dios es la caridad, no esa caridad fría y egoísta, que consiste en esparcir alrededor suyo lo superfluo de una existencia dorada, sino la caridad plena de amor, que va en busca del desdichado y lo ayuda a levantarse sin humillarlo. Rico, da de lo que te sobra; haz más aún: da un poco de lo que te es necesario, porque aquello que crees que necesitas también te sobra. Pero da con sabiduría. No rechaces al que se queja, por temor a ser engañado. Por el contrario, ve hasta el origen del mal. Primero, consuela. A continuación, infórmate y observa si el trabajo, los consejos, el propio afecto, no serán más eficaces que tu limosna. Esparce alrededor tuyo, en abundancia, el amor de Dios, el amor al trabajo, el amor al prójimo. Invierte tus riquezas en la empresa que nunca fracasa y que te dará importantes intereses: la de las buenas obras. La riqueza de la inteligencia debe servirte tanto como la del oro. Esparce alrededor tuyo los tesoros de la instrucción; esparce sobre tus hermanos los tesoros de tu amor, pues habrán de fructificar. (Cheverus. Burdeos, 1861.)