Capítulo 16 – No Se Puede Servir a Dios Y a Mamón – 13
Puesto que el hombre es el depositario, el administrador de los bienes que Dios ha puesto en sus manos, se le pedirán rigurosas cuentas del empleo que les haya dado, en virtud de su libre albedrío. El mal uso consiste en hacerlos servir exclusivamente para su satisfacción personal. Por el contrario, el empleo de esos bienes es satisfactorio siempre que de él resulte algún bien para los demás. El mérito es proporcional al sacrificio que el hombre se impone. La beneficencia no es más que una de las maneras de emplear la riqueza; atenúa la miseria actual, aplaca el hambre, preserva del frío y proporciona asilo a quien no lo tiene. No obstante, hay un deber que es al mismo tiempo imperioso y meritorio: el de prevenir la miseria. Esa es la misión de las grandes riquezas, mediante los trabajos de toda índole que con ellas se pueden ejecutar. Y aunque se extraiga un legítimo provecho de esos trabajos, el bien no dejará de existir, porque el trabajo desarrolla la inteligencia y enaltece la dignidad del hombre, siempre ávido de poder decir que gana el pan que come, mientras que la limosna humilla y degrada. La riqueza concentrada en una sola mano debe ser como un manantial de agua viva que esparce la fecundidad y el bienestar alrededor suyo. ¡Oh! Vosotros, los que sois ricos, que empleáis la riqueza según los designios del Señor: vuestro corazón será el primero en saciar su sed en esa fuente bienhechora. Disfrutaréis incluso en esta vida los inefables goces del alma, en vez de los goces materiales del egoísta, que dejan vacío el corazón. Vuestros nombres serán bendecidos en la Tierra, y cuando la dejéis, el soberano Señor os dirá, como en la parábola de los talentos: “Bien, servidor bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. En esa parábola, el servidor que enterró el dinero que le había sido confiado, ¿no es la imagen de los avaros, en cuyas manos la riqueza se mantiene improductiva? Con todo, si Jesús habla principalmente de limosnas, eso se debe a que en aquel tiempo y en el país en que vivía no se conocían los trabajos que las artes y la industria crearon más tarde, y en los cuales la riqueza puede ser empleada útilmente, para el bien general. Por consiguiente, a todos los que pueden dar, poco o mucho, les diré: “Dad limosna cuando sea necesario. No obstante, en lo posible, convertidla en un salario, a fin de que el que la reciba no se avergüence de ella”. (Fenelón. Argel, 1860.)