Capítulo 17 – Sed Perfectos – 11

Cuidar el cuerpo y el Espíritu

¿Acaso la perfección moral consiste en la maceración del cuerpo? Para resolver esa cuestión me apoyaré en principios elementales, y comenzaré por demostrar la necesidad de cuidar el cuerpo, que, según las alternativas de salud y de enfermedad, influye de manera decisiva en el alma, que debe ser considerada como cautiva en la carne. Para que esa prisionera viva, se recree y llegue incluso a concebir la ilusión de la libertad, el cuerpo debe estar sano, bien dispuesto, fuerte. Sigamos con la comparación. Supongamos, pues, que ambos se hallan en perfecto estado. ¿Qué deben hacer para mantener el equilibrio entre sus aptitudes y sus necesidades, tan diferentes? La lucha parece inevitable entre los dos y es difícil develar el secreto sobre cómo hacer que encuentren el equilibrio. Dos sistemas se confrontan aquí: el de los ascetas, que quieren aniquilar el cuerpo, y el de los materialistas, que quieren rebajar el alma. Se trata de dos violencias casi tan insensatas la una como la otra. Al lado de esas dos grandes divisiones pulula la numerosa tribu de los indiferentes, que, sin convicción ni pasión, aman con tibieza y gozan con economía. Así pues, ¿dónde está la sabiduría? ¿Dónde está la ciencia de vivir? En ninguna parte. Y ese gran dilema quedaría sin solución, si no fuera porque el espiritismo viene en auxilio de los investigadores para demostrarles las relaciones que existen entre el cuerpo y el alma, y para decirles que, puesto que son necesarios tanto el uno como la otra, es preciso cuidarlos a los dos. Por consiguiente, amad vuestra alma, pero cuidad también el cuerpo, instrumento del alma. Ignorar las necesidades que la propia naturaleza indica, es ignorar la ley de Dios. No castiguéis al cuerpo por las faltas que vuestro libre albedrío lo indujo a cometer, y de las cuales es tan responsable como el caballo mal dirigido lo es por los accidentes que causa. ¿Acaso seréis más perfectos si martirizáis vuestro cuerpo pero no sois menos egoístas, menos orgullosos y más caritativos para con vuestro prójimo? No, la perfección no consiste en eso, sino en las reformas que hagáis experimentar a vuestro Espíritu. Doblegadlo, sometedlo, humilladlo, mortificadlo: ese es el modo de haceros dóciles a la voluntad de Dios, y el único que conduce a la perfección. (Georges, Espíritu protector. París, 1863.)