Capítulo 17- Sed Perfectos – 2
Puesto que Dios posee la perfección infinita en todas las cosas, esta máxima: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, tomada literalmente supondría la posibilidad de alcanzar la perfección absoluta. Si le fuese dado a la criatura ser tan perfecta como el Creador, llegaría a ser igual a Él, lo que es inadmisible. Pero los hombres a quienes se dirigía Jesús no hubieran comprendido esa diferencia, por eso se limita a presentarles un modelo y a decirles que se esfuercen por alcanzarlo.Así pues, es preciso entender esas palabras en el sentido de la perfección relativa de que la humanidad es capaz y que más la aproxima a la Divinidad. ¿En qué consiste esa perfección? Jesús lo dijo: “Amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que nos odian, oremos por los que nos persiguen”. Él enseña con eso que la esencia de la perfección es la caridad en su más amplia acepción, porque implica la práctica de las demás virtudes. En efecto, si observamos los resultados de todos los vicios, e incluso de los simples defectos, reconoceremos que no hay uno siquiera que no altere de algún modo el sentimiento de la caridad, porque todos tienen su origen en el egoísmo y en el orgullo, que son su negación. Todo aquello que excita el sentimiento de la personalidad destruye, o al menos debilita, los elementos de la verdadera caridad, que son la benevolencia, la indulgencia, la abnegación y la devoción. Como el amor al prójimo, llevado hasta el nivel del amor a los enemigos, no puede aliarse con ningún defecto contrario a la caridad, es siempre, por eso mismo, un indicio de cierta superioridad moral. De ahí se sigue que el grado de la perfección está en razón directa de la extensión de ese amor. Por eso Jesús, después de haber dado a sus discípulos las reglas de la caridad en lo más sublime que esta posee, les dijo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.