Capítulo 17 – Sed Perfectos – 3

El hombre de bien

3. El verdadero hombre de bien es el que cumple la ley de justicia, amor y caridad en su mayor pureza. Cuando interroga a su conciencia sobre sus propios actos, se pregunta a sí mismo si no ha violado esa ley, si no obró mal, si hizo todo el bien que pudo, si ha despreciado voluntariamente alguna ocasión de ser útil, si alguien tiene quejas contra él; en fin, si ha hecho a los demás lo que hubiera querido que hicieran por él.Tiene fe en Dios, en su bondad, en su justicia y en su sabiduría. Sabe que nada sucede sin su permiso, y se somete en todas las cosas a su voluntad.Tiene fe en el porvenir; por eso coloca los bienes espirituales por encima de los transitorios.Sabe que todas las vicisitudes de la vida, todos los dolores y desengaños, son pruebas o expiaciones, y las acepta sin quejarse. El hombre compenetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace el bien por el bien mismo, sin esperar recompensa; retribuye el mal con el bien, asume la defensa del débil contra el fuerte, y sacrifica siempre sus intereses a favor de la justicia.Encuentra satisfacción en los beneficios que esparce, en los servicios que presta, en hacer felices a los demás, en las lágrimas que enjuga, en los consuelos que prodiga a los afligidos. Su primer impulso es pensar en los otros antes de pensar en sí, es cuidar el interés de los otros antes que el suyo propio. El egoísta, por el contrario, calcula los beneficios y las pérdidas de cada acción generosa. Es bueno, humanitario y benevolente para con todos, sin distinción de razas ni de creencias, porque en todos los hombres ve a sus hermanos.Respeta en los demás las convicciones sinceras, y no censura a los que no piensan como él.En todas las circunstancias la caridad es su guía, pues está consciente de que quien causa perjuicio a los demás con palabras malévolas, quien hiere la susceptibilidad de alguien con su orgullo o su desdén, quien no retrocede ante la idea de provocar un sufrimiento o una contrariedad, aunque leve, cuando podría evitarlo, falta al deber de amar al prójimo, y no merece la clemencia del Señor.No tiene odio, ni rencor, ni deseos de venganza. A ejemplo de Jesús, perdona y olvida las ofensas, y sólo tiene presente los beneficios, porque sabe que será perdonado según el modo como él haya perdonado.Es indulgente para con las debilidades ajenas, porque sabe que él mismo necesita de indulgencia, y tiene presente estas palabras de Cristo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”.No se complace en averiguar los defectos ajenos ni en ponerlos en evidencia. Si la necesidad lo obliga a ello, busca siempre el bien que pueda atenuar el mal.Estudia sus propias imperfecciones y trabaja sin cesar para combatirlas. Emplea todos sus esfuerzos para poder decir, al día siguiente, que hay en él algo mejor que en la víspera. Nunca se propone dar valor a su carácter ni a sus talentos a expensas de los otros. Por el contrario, aprovecha todas las ocasiones para hacer resaltar lo que es ventajoso para los demás. No se envanece de su riqueza ni de sus ventajas personales, porque sabe que todo lo que ha recibido se le puede quitar. Usa, pero no abusa, de los bienes que se le conceden, pues sabe que constituyen un depósito del cual deberá rendir cuentas, y que el empleo más perjudicial que pudiese hacer de ellos consistiría en emplearlos para la satisfacción de sus pasiones.Si el orden social ha colocado hombres bajo su dependencia, los trata con bondad y benevolencia, porque son sus iguales ante Dios. Recurre a su autoridad para levantarles la moral y no para abrumarlos con su orgullo, y evita lo que podría hacer más penosa la situación subalterna en que se encuentran.El subordinado, por su parte, comprende los deberes de la posición que ocupa y procura cumplirlos a conciencia. Finalmente, el hombre de bien respeta en sus semejantes todos los derechos que les confieren las leyes de la naturaleza, como quisiera que ellos respetaran los suyos.No han sido enumeradas aquí todas las cualidades que distinguen al hombre de bien. Con todo, quien se esfuerce en poseer las que acabamos de describir está en el camino que lo conduce hacia las demás.