Capítulo 17 – Sed Perfectos – 7

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

El deber

El deber es la obligación moral del hombre, en primer lugar para consigo mismo, y a continuación para con los otros. El deber es la ley de la vida. Se encuentra en los más ínfimos detalles, así como en los actos más elevados. Me propongo hablar aquí exclusivamente del deber moral, y no del deber que imponen las creencias.En el orden de los sentimientos, es muy difícil que el deber se cumpla, porque se halla en antagonismo con las seducciones del interés y del corazón. Sus victorias no tienen testigos, y sus derrotas no están sometidas a la represión. El deber íntimo del hombre está confiado a su libre albedrío. El aguijón de la conciencia, ese guardián de la probidad interior, le advierte y lo sostiene, pero a menudo se muestra impotente ante los sofismas de la pasión. El deber del corazón, fielmente observado, eleva al hombre. Pero ¿cómo especificarlo con exactitud? ¿Dónde comienza? ¿Dónde termina? El deber comienza exactamente en el punto en que amenazáis la felicidad o la tranquilidad de vuestro prójimo, y termina en el límite que no deseáis que nadie trasponga en relación con vosotros.Dios ha creado a todos los hombres iguales en cuanto al dolor. Pequeños o grandes, ignorantes o instruidos, todos sufren por las mismas causas, para que cada uno juzgue en su sana conciencia el mal que ha podido hacer. No existe el mismo criterio para el bien, que es infinitamente más variado en sus manifestaciones. La igualdad ante el dolor es una sublime previsión de Dios, que quiere que sus hijos, instruidos por la experiencia en común, no cometan el mal alegando que ignoran sus efectos.El deber es el resumen práctico de todas las reflexiones morales. Es la valentía del alma que afronta las angustias de la lucha. El deber es austero y dócil. Dispuesto a ceder ante las más diversas complicaciones, permanece inflexible ante las tentaciones. El hombre que cumple su deber ama a Dios más que a las criaturas, y a las criaturas más que a sí mismo. Es, al mismo tiempo, juez y prisionero en su propia causa.El deber es el más hermoso galardón de la razón. Depende de ella, como el hijo depende de su madre. El hombre debe amar el deber, no porque este preserve de los males de la vida, males a los que la humanidad no puede sustraerse, sino porque confiere al alma el vigor necesario para su desarrollo.El deber crece y se propaga con un aspecto más elevado en cada una de las etapas superiores de la humanidad. La obligación moral de la criatura para con Dios no cesa nunca; debe reflejar las virtudes del Eterno, que no admite bosquejos imperfectos, porque quiere que la belleza de su obra resplandezca ante Él. (Lázaro. París, 1863.)