Capítulo 17 – Sed Perfectos – 8

La virtud

La virtud, en su más alto grado, comprende el conjunto de las cualidades esenciales que constituyen el hombre de bien. Ser bueno, caritativo, laborioso, sobrio y modesto, son cualidades del hombre virtuoso. Lamentablemente, esas cualidades muchas veces están acompañadas de pequeñas enfermedades morales, que les quitan el encanto y las empalidecen. Aquel que hace ostentación de su virtud no es virtuoso, puesto que le falta la cualidad principal: la modestia, y tiene el vicio que se le opone: el orgullo. A la virtud verdaderamente digna de ese nombre no le gusta exhibirse. Hay que adivinar su presencia, pues se oculta en la oscuridad, y huye de la admiración de las multitudes. San Vicente de Paúl era virtuoso, como eran virtuosos el digno cura de Ars y muchos otros a quienes el mundo prácticamente ignora, pero a quienes Dios conoce. Todos esos hombres de bien no pensaban que fuesen virtuosos: se dejaban llevar por el impulso de sus sagradas inspiraciones, y practicaban el bien con desinterés absoluto y pleno olvido de sí mismos.A esa virtud, comprendida y practicada de ese modo, os invito, hijos míos. A esa virtud, en verdad cristiana y espírita, os exhorto a que os consagréis. No obstante, apartad de vuestros corazones la idea del orgullo, de la vanidad y del amor propio, que ineludiblemente quitan el encanto de las más hermosas cualidades. No imitéis a ese hombre que se presenta como modelo, y hace alarde de sus propias cualidades a los oídos complacientes. La virtud que se ostenta esconde a menudo una infinidad de pequeñas torpezas y de detestables cobardías.En principio, el hombre que se enaltece a sí mismo, que erige una estatua a su propia virtud, anula por ese simple hecho todo el mérito efectivo que puede tener. Pero ¿qué diré de aquel cuyo único valor consiste en aparentar lo que no es? Admito que el hombre que practica el bien experimenta una satisfacción íntima en el corazón, pero a partir del momento en que esa satisfacción se exterioriza en busca de recibir elogios, degenera en amor propio.¡Oh, todos vosotros, a quienes la fe espírita ha dado abrigo con sus rayos, y que sabéis cuán lejos está el hombre de la perfección, jamás tropecéis con semejante escollo! La virtud es una gracia que deseo para todos los espíritas sinceros. Con todo, os diré: Más vale poca virtud con modestia, que mucha con orgullo. Por el orgullo las generaciones sucesivas se han perdido; por la humildad habrán de redimirse un día. (François-Nicolas-Madeleine. París, 1863.)