Capítulo 18 – Muchos Son Los Llamados, Y Pocos Los Escogidos – 1 a 2

Parábola del festín de bodas

1. Jesús habló otra vez en parábolas, y les dijo:“El reino de los Cielos es semejante a un rey que quería festejar el casamiento de su hijo. Envió sus servidores a llamar para las bodas a los que habían sido invitados; pero estos se negaron a ir. El rey envió otros servidores con la orden de decir de su parte a los convidados: ‘Preparé mi banquete; mandé matar a mis novillos y a todos los animales cebados; todo está dispuesto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron uno a su casa de campo, otro a su negocio. Los demás tomaron a los servidores y los mataron, después de haber cometido muchos ultrajes contra ellos. Al saber eso, el rey se encolerizó y, enviando sus ejércitos, acabó con aquellos asesinos y prendió fuego a la ciudad.”Entonces, dijo a sus servidores: ‘El festín de bodas está preparado; pero los que fueron invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos, y llamad a las bodas a todos los que encontréis’. Los servidores salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos; y la sala de bodas se llenó de comensales.”El rey entró enseguida para ver a los que estaban a la mesa, y vio allí un hombre que no estaba vestido con la túnica nupcial, y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin la túnica nupcial?’ El hombre enmudeció. Entonces, el rey dijo a su gente: ‘Atadle de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí habrá llanto y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos’.” (San Mateo, 22:1 a 14.) 2. El incrédulo se burla de esta parábola, que le parece de una pueril ingenuidad, porque no comprende que pueda haber tantas dificultades para asistir a una fiesta y, menos aún, que los invitados lleven su resistencia hasta el extremo de masacrar a los enviados del dueño de casa. “No cabe duda de que las parábolas –dice el incrédulo– son imágenes, pero aun así no deben superar los límites de lo verosímil.”Lo mismo puede decirse de todas las alegorías, así como de las fábulas más ingeniosas, si no se las despoja de su envoltura para buscar en ellas el sentido oculto. Jesús componía las suyas con los hábitos más comunes de la vida, y las adaptaba a las costumbres y al carácter del pueblo al cual hablaba. La mayoría de ellas tenía como objetivo hacer que penetrara en las masas la idea de la vida espiritual. El sentido de muchas de las parábolas parece ininteligible sólo porque sus intérpretes no se ubican en ese mismo punto de vista.En esta parábola, Jesús compara el reino de los Cielos, donde todo es alegría y felicidad, con un festín de bodas. Con los primeros invitados, Él hace alusión a los hebreos, que fueron los primeros a quienes Dios llamó al conocimiento de su ley. Los enviados del rey son los profetas, que venían a exhortarlos a que siguieran el camino de la verdadera felicidad; pero sus palabras fueron poco escuchadas, y sus advertencias despreciadas, a tal punto que muchos fueron masacrados, como los servidores de la parábola. Los invitados que rechazan la invitación, alegando que tienen que ir a cuidar de sus campos y sus negocios, son el símbolo de las personas mundanas que, absorbidas por las cosas terrenales, se mantienen indiferentes a las celestiales.Los judíos de aquella época creían que su nación debía conquistar la supremacía sobre todas las otras. En efecto, ¿no había Dios prometido a Abraham que su posteridad cubriría toda la Tierra? No obstante, como en todos los casos, tomaron la forma por el fondo, y estaban convencidos de que se trataba de una dominación efectiva, en el sentido material.Antes de la venida de Cristo, con excepción de los hebreos, todos los pueblos eran idólatras y politeístas. Si algunos hombres superiores al vulgo concibieron la idea de la unidad divina, esa idea se mantuvo en estado de sistema personal, y en ningún lugar fue aceptada como verdad fundamental, salvo por algunos iniciados que ocultaban sus conocimientos bajo un velo misterioso e impenetrable para las masas. Los hebreos fueron los primeros que practicaron públicamente el monoteísmo. A ellos trasmitió Dios su ley, primero por medio de Moisés, y después por Jesús. De ese pequeño foco salió la luz destinada a esparcirse por todo el mundo, a triunfar sobre el paganismo y a dar a Abraham una posteridad espiritual “tan numerosa como las estrellas del firmamento”. Pero los judíos, aunque rechazaban por completo la idolatría, habían despreciado la ley moral, para dedicarse a la práctica más sencilla del culto exterior. El mal había llegado a su colmo: la nación, además de esclavizada, era destrozada por las facciones y dividida por las sectas. La incredulidad misma había penetrado en el santuario. Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos al cumplimiento de la ley y para desplegar ante ellos los nuevos horizontes de la vida futura. Los judíos fueron los primeros invitados al gran banquete de la fe universal, pero rechazaron la palabra del celestial Mesías, y lo mataron. Así perdieron el fruto que hubieran podido recoger de su propia iniciativa.Sería injusto, con todo, acusar al pueblo entero de ese estado de cosas. La responsabilidad incumbía principalmente a los fariseos y a los saduceos, que sacrificaron la nación por el orgullo y el fanatismo de unos, y por la incredulidad de los otros. Son ellos, principalmente, a quienes identifica Jesús con los invitados que se rehusaron a comparecer en el festín de bodas. Después añade: “El rey, al ver eso, ordenó invitar a todos los que se encontraran en los cruces de los caminos, tanto buenos como malos”. Pretendía decir con eso que la palabra iba a ser predicada a todos los otros pueblos, paganos e idólatras, y que si la aceptaban, serían admitidos en el festín para que ocuparan el lugar de los que habían sido invitados en primer término.Pero no basta con ser invitado. No basta con denomi-narse cristiano, ni con sentarse a la mesa para tomar parte del celestial banquete. Es preciso, ante todo y como expresa condición, estar vestido con la túnica nupcial, es decir, te-ner pureza de corazón y practicar la ley según su espíritu. Ahora bien, la ley está resumida en estas palabras: Fuera de la caridad no hay salvación. No obstante, entre los que oyen la palabra divina, ¡cuán pocos hay que la respetan y la aplican provechosamente! ¡Cuán pocos se hacen dignos de entrar en el reino de los Cielos! Por eso dijo Jesús: Muchos serán los llamados, y pocos los escogidos.