Capítulo 19 – La Fe Transporta Montañas – 12

La fe divina y la fe humana

La fe es, en el hombre, el sentimiento innato de su destino futuro. Es la conciencia que él tiene de sus facultades inmensas, cuyo germen se depositó en su interior, al principio en estado latente, y a las que debe desarrollar y aumentar mediante la acción de su voluntad. Hasta el presente, la fe sólo ha sido comprendida en el aspecto religioso, porque Cristo la preconizó como palanca poderosa, y porque Él fue considerado exclusivamente como el jefe de una religión. No obstante, Cristo, que hizo milagros  materiales, demostró con esos milagros el poder del hombre cuando tiene fe, es decir, la voluntad de querer, y la certeza de que esa voluntad puede alcanzar su objetivo. Los apóstoles, que siguieron su ejemplo, ¿no realizaron también milagros? Ahora bien, ¿qué eran esos milagros, sino efectos naturales cuya causa ignoraban los hombres de esa época? En la actualidad, la mayoría de los milagros tienen una explicación, y llegarán a ser comprendidos en su totalidad por medio del estudio del espiritismo y del magnetismo. La fe es humana o divina, según el hombre aplique sus facultades a la satisfacción de las necesidades terrenales o a sus aspiraciones celestiales y relativas al porvenir. El hombre de genio, que persigue la realización de alguna iniciativa importante, triunfa si tiene fe, porque siente íntimamente que puede y que debe llegar a concretar su proyecto, y esa certeza le confiere una fuerza poderosa. El hombre de bien que, creyendo en su porvenir celestial, siente el deseo de colmar su existencia de bellas y nobles acciones, absorbe de su fe, de la convicción de la felicidad que lo aguarda, la fuerza necesaria, y entonces se producen los milagros de la caridad, del fervor y de la abnegación. En definitiva, no existen malas tendencias que no puedan ser dominadas por medio de la fe. El magnetismo es una de las más grandes pruebas del poder de la fe puesta en acción. Gracias a la fe, esa energía cura y produce los fenómenos sorprendentes que en el pasado fueron calificados de milagros. Lo repito, la fe es humana y divina. Si todos los encarnados estuvieran absolutamente persuadidos de la fuerza que tienen en sí mismos, y si quisieran poner su voluntad al servicio de esa fuerza, serían capaces de lograr lo que hasta el presente se ha denominado prodigios y que, no obstante, se trata simplemente del desarrollo de las facultades humanas. (Un Espíritu protector. París, 1863.)