Capítulo 19 – La Fe Transporta Montañas – 7
Se dice vulgarmente que la fe no se receta, lo que ha llevado a muchas personas a alegar que no tienen la culpa de carecer de fe. Sin duda, la fe no se receta, y es más cierto aún que la fe no se impone. No, no se receta: se adquiere; y nadie está impedido de poseerla, ni siquiera el más incrédulo. Nos referimos a la fe de las verdades espirituales fundamentales, y no a la de tal o cual creencia en particular. No le compete a la fe ir a buscar a los descreídos, son ellos quienes deben ir a su encuentro; y si la buscan con sinceridad, la encontrarán. Así pues, tened como cierto que, los que dicen: “No deseamos otra cosa más que creer, pero no podemos”, lo dicen con los labios y no con el corazón, porque al decir eso se tapan los oídos. No obstante, las pruebas se multiplican alrededor suyo. Entonces, ¿por qué se resisten a verlas? En algunos es por indiferencia; en otros, por temor a verse obligados a cambiar sus hábitos; y en la mayoría, por el orgullo que se niega a reconocer la existencia de un poder superior, pues en ese caso tendría que inclinarse ante él. En algunas personas, la fe parece en cierto modo innata. Una chispa es suficiente para desarrollarla. Esa facilidad para asimilar las verdades espirituales es una señal evidente de progreso anterior. En otras personas, por el contrario, esas verdades sólo penetran con dificultad, señal no menos evidente de una naturaleza atrasada. Los primeros ya han creído y comprendieron; de modo que, cuando renacen, traen la intuición de su saber: su educación se ha completado. Los segundos tienen que aprender todo: su educación está por realizarse. Y no cabe duda de que se llevará a cabo, pues si no la concluyen en esta existencia, lo harán en la otra.Debemos convenir en que, muchas veces, la resistencia del incrédulo proviene menos de él que de la manera como le presentan las cosas. La fe necesita una base, y esa base es la comprensión plena de aquello en que se debe creer. Para creer no basta con ver, es necesario sobre todo comprender. La fe ciega ya no es de este siglo. Ahora bien, el dogma de la fe ciega es, precisamente, el que produce en la actualidad el mayor número de incrédulos, porque pretende imponerse al hombre y le exige la abdicación de una de sus más valiosas prerrogativas: el raciocinio y el libre albedrío. Contra esa fe se rebela principalmente el incrédulo, y de ella se puede decir, en verdad, que no se receta. Al no admitir pruebas, deja en el espíritu un vacío, de donde se origina la duda. La fe razonada, en cambio, se apoya en los hechos tanto como en la lógica, y no deja en pos de sí ninguna oscuridad. La persona cree porque tiene certeza, y tiene certeza porque ha comprendido. Por eso la fe razonada no cede. Sólo es inquebrantable la fe que puede mirar a la razón cara a cara, en todas las épocas de la humanidad.El espiritismo conduce a ese resultado, motivo por el cual triunfa sobre la incredulidad, siempre que no encuentre una oposición sistemática e interesada.