Capítulo 23 – Moral Extraña – 4 a 6

Dejar al padre, a la madre y a los hijos

4. “Aquel que por mi nombre haya dejado su casa, o sus hermanos, o sus hermanas, o su padre, o su madre, o su mujer, o sus hijos, o sus tierras, recibirá el céntuplo de todo eso y tendrá por herencia la vida eterna.” (San Mateo, 19:29.) 5. Entonces Pedro le dijo: “En cuanto a nosotros, ves que hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús les dijo: “En verdad os digo, que quien haya dejado su casa, o su padre, o su madre, o sus hermanos, o su mujer, o sus hijos por el reino de Dios, habrá de recibir mucho más, incluso en este mundo, y en el siglo venidero la vida eterna”. (San Lucas, 18:28 a 30.) 6. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero permíteme que antes disponga de lo que tengo en mi casa”. Jesús le respondió: “Ninguno que, poniendo la mano en el arado, mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. (San Lucas, 9:61 y 62.)Sin discutir las palabras, aquí es necesario buscar el pensamiento, que evidentemente era este: “Los intereses de la vida futura prevalecen sobre los intereses y las consideraciones humanas”, porque ese pensamiento se halla de acuerdo con la esencia de la doctrina de Jesús, mientras que la idea de renunciar a la familia sería la negación de esa doctrina. ¿No tenemos a la vista, por otra parte, la aplicación de esas máximas en el sacrificio de los intereses y los afectos de familia a favor de la patria? ¿Se censura a un hijo porque deja a su padre, a su madre, a sus hermanos, a su mujer y a sus propios hijos para ir a defender su país? Por el contrario, ¿no se le reconoce un gran mérito cuando se sustrae del deleite del hogar, de las expansiones de la amistad, para cumplir un deber? Existen, pues, algunos deberes que tienen prioridad sobre otros. ¿Acaso la ley no impone a la hija la obligación de dejar a sus padres para seguir a su esposo? En el mundo se multiplican los casos en que se imponen las más penosas separaciones. No obstante, los afectos no se destruyen por eso. El alejamiento no disminuye el respeto ni el desvelo que el hijo debe a sus padres, ni la ternura de estos para con sus hijos. Se ve, pues, que aunque las tomemos literalmente, a excepción del término odiar, aquellas palabras no constituyen una negación del mandamiento que prescribe honrar al padre y a la madre, ni del sentimiento de ternura paternal; y menos aún si se las considera según su espíritu. El objetivo era mostrar al hombre, a través de una hipérbole, cuán imperioso es el deber de ocuparse de la vida futura. Por otra parte, esas palabras debían de resultar poco chocantes para un pueblo y en una época en los que, a consecuencia de las costumbres, los lazos de familia tenían menos fuerza que la que habrían de tener en una civilización moral más avanzada. Esos lazos, más débiles en los pueblos primitivos, se fortifican mediante el desarrollo de la sensibilidad y del sentido moral. La separación es, incluso, necesaria para el progreso, tanto de las familias como de las razas, pues ellas degeneran cuando no hay cruzamiento, cuando no se mezclan unas con otras. Es una ley de la naturaleza, tanto en favor del progreso moral como del progreso físico.Aquí las cosas se consideran solamente desde el punto de vista terrenal. El espiritismo, en cambio, contribuye a que las veamos desde más alto, pues nos muestra que los verdaderos lazos de afecto son los del Espíritu y no los del cuerpo, y que esos lazos no se rompen con la separación, ni tampoco con la muerte del cuerpo, sino que se robustecen en la vida espiritual mediante la purificación del Espíritu. Esta es una verdad consoladora que confiere al hombre una gran fuerza para sobrellevar las vicisitudes de la vida.