Capítulo 27 – Pedid y se os Dará – 13 a 15
13. Al atender la súplica que se le dirige, Dios tiene, muchas veces, el propósito de recompensar la intención, el sacrificio y la fe del que ruega. Por ese motivo la oración del hombre de bien tiene más merecimiento en relación con Dios, y siempre es más eficaz que la del hombre vicioso o malo, porque este no puede orar con el fervor y la confianza que sólo se consigue con un sentimiento de auténtica piedad. Del corazón del egoísta, de aquel que ora con los labios, sólo pueden salir palabras, pero no los impulsos de caridad que confieren a la oración todo su poder. Esto se comprende tan claramente que, por un movimiento instintivo, los que se encomiendan a las plegarias de otras personas, prefieren las de aquellas cuya conducta se considera agradable a Dios, porque son más fácilmente escuchadas. 14. Dado que la oración ejerce una especie de acción magnética, podría suponerse que su efecto se halla subordinado a la potencia fluídica, pero no es así. Como los Espíritus ejercen esa acción sobre los hombres, suplen, cuando es necesario, la insuficiencia del que ora, ya sea obrando directamente en su nombre, o bien confiriéndole momentáneamente una fuerza excepcional, en caso de que lo juzguen digno de ese favor, o porque eso puede ser útil. El hombre que no se crea suficientemente bueno para ejercer una influencia saludable, no por eso debe abstenerse de orar por sus semejantes, con la idea de que no es digno de ser escuchado. La conciencia de su inferioridad es una prueba de humildad siempre agradable a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que lo anima. Su fervor y su confianza en Dios son un primer paso en el sentido de su retorno al bien, circunstancia que los Espíritus buenos se sienten felices de estimular. La oración que se rechaza es la del orgulloso, que tiene fe en su propio poder y en sus méritos, y cree que puede sustituir a la voluntad del Eterno. 15. El poder de la oración reside en el pensamiento. No depende de las palabras, ni del lugar, ni del momento en que se hace. Se puede, pues, orar en todas partes y a toda hora, a solas o en conjunto. La influencia del lugar y de la duración está relacionada con las circunstancias que favorecen el recogimiento. La oración en conjunto ejerce una acción más poderosa cuando todos los que oran se asocian de corazón a un mismo pensamiento y se proponen el mismo objetivo, pues equivale a que muchos eleven su voz conjuntamente y al unísono. Pero ¡que importancia tendría que estuviese reunido un gran número de personas, si cada una obrara aisladamente y por su propia cuenta! Cien personas reunidas pueden orar como egoístas, mientras que dos o tres, unidas por una aspiración en común, rogarán como verdaderos hermanos en Dios, y su oración tendrá más poder que la de las otras cien.