Capítulo 27 – Pedid y se os Dará – 22

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

Modo de orar

22. El primer deber de toda criatura humana, el primer acto que debe señalar su vuelta a la vida activa de cada día, es la oración. Casi todos vosotros oráis, pero ¡cuán pocos son los que saben hacerlo! ¡Qué importan al Señor las frases que pronunciáis mecánicamente, que habéis convertido en un hábito, en un deber que cumplís y que, como todo deber, os resulta una carga!La oración del cristiano, del espírita, cualquiera que sea su culto, debe ser realizada tan pronto como el Espíritu haya vuelto al yugo de la carne. Debe elevarse a los pies de la Majestad Divina con humildad, con profundidad, en un impulso de reconocimiento por todos los beneficios recibidos hasta ese día; por la noche que ha transcurrido, durante la cual se os permitió, aunque sin tener conciencia de ello, ir a ver a vuestros amigos, a vuestros guías, para absorber mediante el contacto con ellos más fuerza y perseverancia. La oración debe elevarse humildemente hasta los pies del Señor, para confiarle vuestra debilidad, suplicarle amparo, indulgencia y misericordia. Debe ser profunda, porque vuestra alma debe elevarse hasta el Creador y transfigurarse como Jesús en el Tabor, de modo de llegar hasta Él pura y radiante de esperanza y de amor.Vuestra oración debe contener el pedido de las gracias que os son necesarias, pero de las que necesitáis realmente. Inútil sería, por lo tanto, solicitar al Señor que abrevie vuestras pruebas y que os brinde goces y riquezas. Rogadle que os conceda los bienes más preciosos de la paciencia, la resignación y la fe. No aleguéis, como lo hacen muchos entre vosotros: “No vale la pena orar, porque Dios no me escucha”. En la mayoría de los casos, ¿qué es lo que pedís a Dios? ¿Habéis pensado alguna vez en pedirle vuestro mejoramiento moral? ¡Oh! no, muy pocas veces. Lo que preferentemente os acordáis de solicitarle es el éxito de vuestras empresas terrenales, y habéis exclamado a menudo: “Dios no se ocupa de nosotros. Si lo hiciera, no habría tantas injusticias”. ¡Insensatos! ¡Ingratos! Si descendieseis al fondo de vuestra conciencia, casi siempre hallaríais en vosotros mismos el origen de los males de que os quejáis. Pedid, pues, ante todo, vuestro mejoramiento, y veréis qué torrente de gracias y consuelos se derramará sobre vosotros. Debéis orar sin cesar, sin que por eso os retiréis a vuestro oratorio u os pongáis de rodillas en las plazas públicas. La oración durante el transcurso del día consiste en el cumplimiento de vuestros deberes, de todos vuestros deberes, sin excepción, sea cual fuere su naturaleza. ¿Acaso no realizáis un acto de amor al Señor cuando asistís a vuestros hermanos en alguna necesidad, tanto moral como física? ¿No practicáis un acto de reconocimiento al elevar a Él vuestro pensamiento cuando sois felices, cuando os salváis de un accidente, incluso cuando una simple contrariedad apenas roza vuestra alma, si decís con el pensamiento: ¡Bendito seas, Padre mío!? ¿No es un acto de contrición el hecho de que os humilléis ante el Juez Supremo cuando sentís que habéis cometido una falta, aunque sólo sea mediante un pensamiento fugaz, para decirle: Perdóname, Dios mío, porque he pecado (por orgullo, por egoísmo o por falta de caridad). Dame fuerzas para que no vuelva a equivocarme y el valor necesario para reparar mi falta? Eso es independiente de las oraciones regulares de la mañana y de la noche, y de las de los días consagrados. Como veis, la oración puede realizarse a cada instante, sin interrumpir en lo más mínimo vuestras actividades. Por el contrario, en ese caso la oración las santifica. Creed que uno solo de esos pensamientos, si brota del corazón, es más escuchado por vuestro Padre Celestial que esas largas oraciones dichas por costumbre, a menudo sin un motivo determinado, a las cuales sois convocados automáticamente a una hora convenida. (V. Monod. Burdeos, 1868.)