Cuando se prevé la proximidad de la muerte
Dios mío, creo en ti y en tu bondad infinita, razón por la cual no puedo creer que hayas dado al hombre la inteligencia para conocerte y la aspiración al porvenir, para luego sumergirlo en la nada. Creo que mi cuerpo es sólo la envoltura perecedera de mi alma y que, cuando él haya cesado de vivir, me despertaré en el mundo de los Espíritus. Dios Todopoderoso, siento que se deshacen los lazos que unen mi alma al cuerpo, y que pronto voy a rendir cuentas del empleo que he hecho de la vida que dejo. Voy a sufrir las consecuencias del bien y del mal que he realizado. Allá no habrá más fantasías ni subterfugios posibles. Todo mi pasado habrá de desplegarse delante de mí, y seré juzgado según mis obras. Nada me llevaré de los bienes de la Tierra. Honores, riquezas, satisfacciones de la vanidad y del orgullo; en definitiva, todo lo que pertenece al cuerpo va a quedar en este mundo. Ni la más pequeña de las cosas me acompañará, ni me será de utilidad alguna en el mundo de los Espíritus. Sólo llevaré conmigo lo inherente al alma, es decir, las buenas y las malas cualidades, que serán pesadas en la balanza de la más rigurosa justicia. Seré juzgado con tanta más severidad cuanto mayor haya sido el número de las ocasiones que tuve para hacer el bien y no lo hice, conforme a la posición que ocupé en la Tierra.  ¡Dios de misericordia, llegue hasta ti mi arrepentimiento! Dígnate cubrirme con el manto de tu indulgencia. Si fuera tu voluntad prolongar mi existencia, que lo que reste de ella sea empleado para reparar, tanto como de mí dependa, el mal que haya hecho. Si ha llegado fatalmente mi hora, llevo conmigo el pensamiento consolador de que me será permitido redimirme por medio de nuevas pruebas, a fin de que un día merezca la felicidad de los  elegidos. Si no me es permitido gozar de inmediato de esa felicidad plena, que sólo comparten los justos por excelencia, sé que la esperanza no está definitivamente perdida para mí, y que mediante el trabajo alcanzaré la meta, más tarde o más temprano, según mis esfuerzos. Sé que los Espíritus buenos y mi ángel de la guarda están cerca de mí, para recibirme; que dentro de poco los veré, así como ellos me ven a mí. Sé que volveré a encontrar a los que he amado en la Tierra, si lo merezco, y que los que dejo aquí vendrán a unirse conmigo para que un día estemos juntos para siempre, y que, hasta tanto llegue ese día, podré venir a visitarlos. Sé también que voy a encontrar a los que he ofendido. ¡Les ruego que me perdonen todo lo que puedan reprocharme: mi orgullo, mi crueldad, mis injusticias, a fin de que en su presencia no me abrume la vergüenza! Perdono a los que me han hecho o han querido hacerme mal en la Tierra. No tengo contra ellos mala voluntad y ruego a Dios que los perdone. Señor, dame fuerzas para que renuncie sin sufrir a los placeres groseros de este mundo, que nada representan en relación con los goces puros del mundo en que voy a ingresar. Allí, para el justo, ya no hay tormentos, sufrimientos ni miserias. Sólo sufre el culpable, pero siempre le queda la esperanza. A vosotros, Espíritus buenos, y a ti, mi ángel de la guarda, no me dejéis flaquear en este instante supremo. Haced que resplandezca ante mí la luz divina, para que se reanime mi fe si llegase a vacilar.