Capítulo 2 – Mi Reino no es de Este Mundo – 5 a 7

El punto de vista

5. La idea clara y precisa que nos formamos acerca de la vida futura nos otorga una fe inquebrantable en el porvenir, y esa fe tiene inmensas consecuencias en la moralización de los hombres, ya que cambia por completo el punto de vista desde el cual ellos contemplan la vida terrenal. Para el hombre que se coloca con el pensamiento en la vida espiritual, que es ilimitada, la vida corporal no es más que un pasaje, una breve estancia en un país ingrato. Las vicisitudes y tribulaciones de la vida sólo son incidentes que afronta con paciencia, porque sabe que duran poco y que habrá de seguirlas un estado más dichoso. La muerte ya nada tiene de atemorizante; no es la puerta hacia la nada, sino la puerta de la liberación, que permite al desterrado el ingreso en una morada de felicidad y de paz. Como sabe que habita en un lugar transitorio y no definitivo, el hombre toma las preocupaciones de la vida con más indiferencia, y de ello resulta para él una calma de espíritu que alivia sus amarguras.Con la simple duda acerca de la vida futura, el hombre concentra todos sus pensamientos en la vida terrenal. Inseguro en cuanto al porvenir, todo lo dedica al presente. Como no entrevé bienes más preciosos que los de la Tierra, se comporta como un niño que nada ve más allá de sus juguetes, y hace todo para procurárselos. La pérdida del menor de sus bienes le causa un disgusto pungente. Una equivocación, una esperanza frustrada, una ambición insatisfecha, una injusticia de la que es víctima, el orgullo o la vanidad heridos, son otros tantos tormentos que hacen de su vida una angustia perpetua, de modo que se condena voluntariamente a una auténtica e incesante tortura. Desde el punto de vista de la vida terrenal, en cuyo centro se coloca, todo asume alrededor suyo vastas proporciones. El mal que lo alcanza, así como el bien que llega a los otros, todo adquiere para él una gran importancia. Pasa lo mismo que con aquel que se encuentra en el interior de una ciudad: todo le parece grande, tanto los hombres que ocupan elevadas posiciones, como los monumentos. No obstante, si subiera a una montaña, los hombres y las cosas le parecerían muy pequeños. Esto último sucede al hombre que mira la vida terrenal desde el punto de vista de la vida futura: la humanidad, al igual que las estrellas del firmamento, se pierde en la inmensidad. Entonces percibe que grandes y pequeños están juntos, como las hormigas sobre un montículo de tierra; que proletarios y potentados son de la misma estatura, y se compadece de esas criaturas efímeras que se toman tantas molestias para conquistar una posición que las elevará tan poco y que por tan poco tiempo conservarán. Por eso, la importancia que se otorga a los bienes terrenales está siempre en razón inversa a la fe en la vida futura. 6. Se alegará que si todo el mundo pensara del mismo modo, nadie se ocuparía de las cosas de la Tierra y en ella todo correría peligro. No es así. El hombre busca instintivamente su bienestar, y aun con la certeza de que estará por poco tiempo en un lugar, quiere permanecer allí lo mejor o lo menos mal que le sea posible. No existe nadie que, si encuentra una espina en la palma de su mano, deje de quitarla para no pincharse. Ahora bien, la búsqueda del bienestar obliga al hombre a mejorar todas las cosas, impulsado por el instinto del progreso y de la conservación, que forma parte de las leyes de la naturaleza. Trabaja, pues, por necesidad, por gusto y por deber, y de ese modo cumple los designios de la Providencia, que con ese fin lo ha colocado en la Tierra. Solamente quien toma en consideración el porvenir otorga al presente una importancia relativa, y se consuela fácilmente de sus fracasos, pues piensa en el destino que lo espera.Por consiguiente, Dios no condena los goces terrenales, sino el abuso de tales goces en perjuicio de las cosas del alma. Contra ese abuso están prevenidos los que aplican a sí mismos estas palabras de Jesús: Mi reino no es de este mundo. El que se identifica con la vida futura es semejante a un hombre rico que pierde una pequeña cantidad sin perturbarse por ello. En cambio, el que concentra sus pensamientos en la vida terrenal, es como un hombre pobre que pierde todo lo que posee y se desespera. 7. El espiritismo amplía el pensamiento y le abre nuevos horizontes. En lugar de esa visión estrecha y mezquina, que lo concentra en la vida presente, y que hace del instante que pasamos en la Tierra el único y frágil fundamento del porvenir eterno, el espiritismo enseña que esa vida sólo es un eslabón en el conjunto armonioso y extraordinario de la obra del Creador; enseña la solidaridad que reúne todas las existencias de un mismo ser, todos los seres de un mismo mundo, así como los seres de todos los mundos. De ese modo, aporta una base y una razón de ser a la fraternidad universal, mientras que la doctrina de la creación del alma en el momento del nacimiento de cada cuerpo, hace que los seres sean extraños unos a otros. Esa solidaridad entre las partes de un mismo todo explica lo que es inexplicable si sólo se considera un solo aspecto. En el tiempo de Cristo, los hombres no hubieran podido comprender un conjunto semejante, razón por la cual Él reservó ese conocimiento para más adelante.