Para nuestros enemigos y para los que nos quieren mal
Dios mío, perdono a nuestro hermano el mal que me ha hecho y el que ha querido hacerme, así como deseo que Tú me perdones y que él también me perdone las faltas que yo haya cometido. Si lo has colocado en mi camino como una prueba, hágase tu voluntad. Desvía de mí, Dios mío, la idea de  maldecirlo y todo deseo malévolo en contra de él. Haz que nunca experimente alegría por las desgracias que puedan afectarlo, ni pena con lo bueno que se le pudiera conceder, para que no perturbe mi alma con pensamientos indignos de un cristiano. Señor, que tu bondad se extienda sobre él y lo conduzca a mejores sentimientos con respecto a mí. Espíritus buenos, inspiradme el olvido del mal y el recuerdo del bien. ¡Que no entren en mi corazón el odio, ni el rencor, ni el deseo de devolverle mal con mal, porque el odio y la venganza sólo pertenecen a los Espíritus malos, ya sea que estén encarnados o desencarnados! Por el contrario, ¡que yo esté dispuesto a tenderle fraternalmente la mano, a devolverle bien por mal y a prestarle auxilio si estuviera a mi alcance! Deseo, para dar muestra de la sinceridad de mis palabras, que se me ofrezca la ocasión de serle útil; pero sobre todo, Dios mío, presérvame de hacerlo por orgullo u ostentación, agobiándolo con una generosidad humillante, lo que me haría perder el fruto de mi  acción, porque entonces sería merecedor de que se me aplicaran estas palabras de Cristo: Ya recibiste tu recompensa.