Capítulo 4 – Nadie Puede Ver el Reino de Dios Si no Nace de Nuevo – 18

La reencarnación fortalece los lazos de familia, mientras que la unicidad de la existencia los rompe

18. Los lazos de familia no son destruidos en modo alguno por la reencarnación, a diferencia de lo que piensan ciertas personas. Por el contrario, se fortalecen y se estrechan. El principio opuesto es el que los destruye. En el espacio, los Espíritus forman grupos o familias unidos por el afecto, la simpatía y la semejanza de inclinaciones. Esos Espíritus, felices de estar juntos, se buscan unos a otros. La encarnación sólo los separa momentáneamente, porque, cuando vuelven a la erraticidad, se reencuentran como lo hacen los amigos al regresar de un viaje. Muchas veces, incluso, se siguen unos a otros en la encarnación, donde se los reúne en una misma familia, o en un mismo ámbito, a fin de que trabajen juntos para su mutuo adelanto. Si unos encarnan y otros no, no por eso dejan de estar unidos mediante el pensamiento. Los que están libres velan por los que se encuentran en cautiverio. Los más adelantados se esfuerzan por hacer que progresen los rezagados. Después de cada existencia, han dado un paso en el camino de la perfección. Cada vez menos apegados a la materia, su afecto es más vivo, precisamente porque es más puro, y ya no lo perturban el egoísmo ni la sombra de las pasiones. Por consiguiente, los Espíritus pueden, de ese modo, recorrer un número ilimitado de existencias corporales, sin que ningún golpe perjudique el mutuo afecto que los une. Quede bien claro que aquí se trata del afecto real, de alma a alma, el único que sobrevive a la destrucción del cuerpo, porque los seres que en la Tierra se unen solamente por los sentidos, no tienen ningún motivo para buscarse en el mundo de los Espíritus. Sólo son duraderos los afectos espirituales. Los de índole carnal se extinguen junto con la causa que les dio origen. Ahora bien, esa causa no existe en el mundo de los Espíritus. El alma, en cambio, existe siempre. En cuanto a las personas unidas tan sólo por un motivo de interés, no son realmente nada la una para la otra; la muerte las separa en la Tierra y también en el Cielo.