Capítulo 4 – Nadie Puede Ver el Reino de Dios Si no Nace de Nuevo – 19 a 20
19. La unión y el afecto que existen entre los parientes son un indicio de la simpatía anterior que los aproximó. Por eso se suele decir, cuando se habla de una persona cuyo carácter, gustos e inclinaciones no tienen ninguna semejanza con los de sus allegados, que esa persona no es de la familia. Al decir eso, se enuncia una verdad más grande de lo que se supone. Dios permite, en las familias, esas encarnaciones de Espíritus antipáticos o extraños, con el doble objetivo de servir de prueba para unos y de medio de progreso para otros. Además, los malos mejoran poco a poco al establecer contacto con los buenos y por efecto de los cuidados que de ellos reciben. Su carácter se suaviza, sus costumbres se depuran, las antipatías se disipan. Así se establece la fusión entre las diferentes categorías de Espíritus, del mismo modo que se da en la Tierra entre las razas y los pueblos. 20. El temor al aumento ilimitado de la parentela como consecuencia de la reencarnación es un temor egoísta, que demuestra en quien lo experimenta una falta de amor suficientemente amplio para abarcar a un gran número de personas. Un padre que tiene muchos hijos, ¿los ama menos de lo que amaría a uno de ellos, si fuese único? No obstante, tranquilícense los egoístas, pues ese temor no tiene sustento. El hecho de que un hombre haya tenido diez encarnaciones, no significa que en el mundo de los Espíritus habrá de encontrar diez padres, diez madres, diez esposas y un número proporcional de hijos y de nuevos parientes. Allá encontrará siempre a los que han sido objeto de su afecto y que estuvieron ligados a él en la Tierra, con grados de parentesco diferentes, o tal vez con el mismo.