Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 11

Olvido del pasado

En vano se alega que el olvido constituye un obstáculo para que se pueda aprovechar la experiencia de las existencias anteriores. Si Dios ha juzgado conveniente echar un velo sobre el pasado, es porque eso resulta útil. En efecto, el recuerdo traería inconvenientes muy graves. Podría, en ciertos casos, humillarnos sorprendentemente, o bien exaltar nuestro orgullo, y por lo mismo poner trabas a nuestro libre albedrío. En todos los casos, ocasionaría una perturbación inevitable en las relaciones sociales.El Espíritu renace a menudo en el mismo medio en que ha vivido ya, y establece relaciones con las mismas personas, a fin de reparar el mal que les ha hecho. Si reconociera en ellas a las personas que ha odiado, tal vez su odio se despertaría otra vez. De todos modos, se sentiría humillado por la presencia de aquellos a los que hubiera ofendido. Dios nos ha dado, para que mejoremos, precisamente lo que nos es necesario y suficiente: la voz de la conciencia y nuestras tendencias instintivas. Asimismo, nos quita lo que podría perjudicarnos.Al nacer, el hombre trae consigo lo que ha adquirido. Nace siendo lo que él hizo de sí mismo. Cada existencia es para él un nuevo punto de partida. Poco le importa saber lo que fue antes. Si es castigado, se debe a que ha hecho el mal. Sus tendencias malas actuales son indicio de lo que le falta corregir en él, y en eso debe concentrar toda su atención, porque de aquello de lo que se ha corregido completamente, no quedará rastro alguno. Las buenas resoluciones que ha tomado son la voz de la conciencia, que le advierte acerca de lo que está bien y de lo que está mal, y le da fuerzas para resistir a las tentaciones.Por lo demás, ese olvido sólo tiene lugar durante la vida corporal. Cuando regresa a la vida espiritual, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado. Sólo se trata, pues, de una interrupción momentánea, semejante a la que se produce en la vida terrenal durante el sueño, que no nos impide recordar al día siguiente lo que hemos hecho en la víspera y en los días precedentes.Incluso no sólo después de la muerte el Espíritu recobra el recuerdo de su pasado. Se puede decir que no lo pierde nunca, pues la experiencia demuestra que, aunque esté encarnado, durante el sueño del cuerpo y mientras goza de cierta libertad, el Espíritu tiene conciencia de sus actos anteriores. Sabe por qué sufre, y sabe que ese sufrimiento es merecido. El recuerdo sólo se borra durante la vida exterior de relación. Con todo, a falta de un recuerdo preciso, que podría resultarle penoso y perjudicar sus relaciones sociales, el Espíritu toma nuevas fuerzas en esos instantes de emancipación del alma, en caso de que sepa aprovecharlos.