Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 14 a 15

El suicidio y la locura

14. La calma y la resignación que se logran mediante el modo espiritual de considerar la vida terrestre, así como la fe en el porvenir, otorgan al Espíritu una serenidad que es la mejor prevención contra la locura y el suicidio. En efecto, es cierto que la mayor parte de los casos de locura se deben a la conmoción producida por las vicisitudes que el hombre no tiene coraje para soportar. Por consiguiente, si por la manera como el espiritismo le hace considerar las cosas de este mundo, el hombre toma con indiferencia, y aun con alegría, los reveses y los desengaños que en otras circunstancias lo habrían llevado a la desesperación, es evidente que esa fuerza, que lo coloca por encima de los acontecimientos, preserva su razón de las conmociones que, a no ser por dicha fuerza, lo habrían perturbado. 15. Lo mismo ocurre con el suicidio. Si exceptuamos los suicidios que tienen lugar en estado de embriaguez o de locura, a los que se puede denominar inconscientes, es evidente que, cualesquiera que sean los motivos particulares alegados, la causa del suicidio siempre es el descontento. Ahora bien, aquel que está convencido de que sólo es desdichado por un día y que los días siguientes serán mejores, fácilmente se armará de paciencia. Sólo se desespera en caso de que no vea el término de sus padecimientos. Pero ¿qué es la vida humana con respecto a la eternidad, sino mucho menos que un día? Con todo, el que no cree en la eternidad, el que considera que todo en él concluye con la vida y que, además, es agobiado por la tristeza y el infortunio, sólo en la muerte ve la solución para sus desventuras. Como no espera nada, encuentra muy natural, e incluso muy lógico, abreviar sus miserias mediante el suicidio.