Capítulo 5 – Bienaventurados los Afligidos – 23

Los tormentos voluntarios

23. El hombre vive incesantemente en busca de la felicidad, que se le escapa a cada instante, porque la felicidad perfecta no existe en la Tierra. Sin embargo, a pesar de las vicisitudes que forman el cortejo inevitable de la vida terrenal, podría gozar, por lo menos, de una felicidad relativa, si no fuera porque la busca en las cosas perecederas y sujetas a esas mismas vicisitudes, es decir, en los goces materiales, en vez de buscarla en las satisfacciones del alma, que son un goce anticipado de las alegrías celestiales, imperecederas. En vez de buscar la paz del corazón, única felicidad real en este mundo, está ávido de todo lo que puede excitarlo y perturbarlo. Además, ¡cosa curiosa! el hombre pareciera crear para sí mismo, deliberadamente, tormentos que sólo de él depende evitar.¿Habrá mayores tormentos que los causados por la envidia y los celos? Para el envidioso, al igual que para el que sufre de celos, no existe el sosiego: ambos padecen un perpetuo estado febril. Lo que ellos no tienen, y que otros poseen, les produce insomnio. La prosperidad de sus rivales les causa vértigo. Sólo los estimula el deseo de eclipsar a sus vecinos. Todo su placer consiste en excitar, en los insensatos como ellos, la rabia y los celos que los devoran. ¡Pobres insensatos! No piensan, en efecto, que tal vez mañana tendrán que dejar todas esas futilidades, cuya codicia les envenena la vida. Por cierto, a ellos no se aplica esta sentencia: “Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados”, pues sus preocupaciones no son de aquellas que reciben su compensación en el Cielo.Por el contrario, ¡cuántos tormentos se ahorra el que sabe contentarse con lo que tiene, que mira sin envidia lo que no tiene, que no pretende parecer más de lo que es! Siempre es rico, porque si mira hacia abajo, en vez de mirar hacia arriba, siempre verá personas que tienen menos que él. Vive tranquilo, porque no se crea necesidades quiméricas. Así, la calma en medio de las tempestades de la vida, ¿no es acaso la felicidad? (Fenelón. Lyon, 1860.)